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LA POBRF..7.A FRANCISCANA 29 a) «No juzguéis a nadie» El que se considera pobre no puede apropiarse el derecho de juzgar a los demás, porque el Señor mismo se reserva para sí solo el juicio sobre ellos (Adm 26,2). Son demasiados los datos que nos faltan para conocer la verdadera intencionalidad de los actos humanos, puesto que las razones del corazón del hombre sólo las entiende Dios. Por eso resulta pretencioso erigirse en juez de los demás, cuando ni el propio pecado nos deja ser imparciales ni podemos alardear de no estar incurriendo en lo mismo que condenamos. Francisco es reiterativo en hacer comprender a los hermanos que, cuando van por el mundo, no juzguen ni condenen. Y, como dice el Señor, no reparen en los pecados más pequeños de los otros sino, más bien, recapaciten en los propios (1 R 11,10-12; 2 R 3,10). Los que han decidido empobrecerse por seguir al Cristo pobre deben considerarse dichosos, por tanto no cabe despreciar ni juzgar a quienes viven con lujo; al contrario, cada uno debe juzgarse y despreciarse a sí mismo (2 R 2,17). Este juicio, que se supone siempre condenatorio, es rechazado de una forma especial por Francisco cuando se aplica a los sacerdotes. Debido a sus condicionamientos culturales, el sacerdote era para él una persona sagrada que, como tal, sólo podía enjuiciar Dios (Test 9; Adm 26,2). b) «Éramos indoctos» La opción por hacerse pobre intelectual es una actitud que hoy nos sorprende y desconcierta, dada la facilidad con que hemos acep– tado que el saber no forma parte de la «riqueza)> y que, por tanto, no puede ser utilizado de forma opresiva y dominante. La sutileza de este razonamiento ha servido, incluso dentro de la Iglesia, para enmascarar el poder de la ciencia, sin caer en la cuenta de que no sólo incapacita para percibir que los primeros destinatarios del Evangelio son los pobres, sino que también puede ser utilizado como arma para marginar y someter a las mayorías incultas. Tanto el saber como el dinero son un potencial ambiguo que, dada nuestra tendencia a utilizarlo de forma perversa, puede ser objeto de desapropiación y de renuncia por el Reino. En una sociedad donde se empobrece culturalmente para mejor dominar, es factible el que se opte desde el Evangelio por un saber que no conlleve ningún tipo de superioridad. Esto es lo que hicieron Francisco y sus compañeros al decidir empobrecerse, incluso culturalmente, para mejor vivir y co– municar el Evangelio.
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