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28 J. MICÓ El verdadero pobre de espíritu, según Francisco, se aborrece a sí mismo y ama al que le abofetea. Es la típica actitud del discípulo que, siguiendo el ejemplo de Jesús, se olvida de sí mismo para seguirle y darse a los demás, aunque por ello tenga que sufrir la incomprensión y la violencia (Adm 14,1-4). Francisco considera dichoso al que es capaz de empobrecerse de este modo, restituyendo todos los bienes al Señor, porque quien se reserva algo para sí, esconde en sí mismo el dinero de su Señor Dios, y lo que creía tener se le quitará (Adm 18,2). La pobreza de espíritu es, por tanto, esa progresiva desapropiación de cosas y valores que deja a la persona desnuda ante Dios y sin pretensiones de afianzar su seguridad en ellas, sino que las admite como gracia que funda su dignidad y su riqueza. Desde esta experiencia de sentirse salvado en gratuidad, y no por propios méritos, es de donde brota la actitud humilde de la pobreza o la pobreza interior. El hombre es radicalmente pobre y, desde esta realidad, tiene que partir y aceptarse para hacer el camino como algo que se le ofrece en gratuidad. Desde esta conciencia de pobreza existencial, en la que uno descubre que no se pertenece a sí mismo, sería ridículo pretender apropiarse de otros valores más superficia– les, puesto que sólo serviría para autoengañarnos y cerrarnos al don de la vida y del sentido. Al hacer del texto de misión su proyecto de vida, la Fraternidad no tenía que desembarazarse solamente de cosas; su opción incluía también esa actitud interior coherente con el mensaje que se intenta– ba comunicar, es decir, con el Evangelio. El ofrecimiento del mensaje de Jesús como la Buena Noticia de que Dios se acerca al hombre no como juez sino como salvador, no podía hacerse por medios y modos violentos o impositivos. Si el Dios presente en Jesús se mostró débil y servidor a la hora de aparecer en la vida de los hombres, los voceros de esta presencia tenían que comunicarla con el mismo respeto hacia la libertad de los demás. Esta visión historizada de apóstol que corre predicando la Pala– bra sin ningún soporte de poder humano, porque confía en su misma fuerza, es lo que hace adoptar al primitivo grupo de Francisco esa actitud de pobreza interior: no juzgar (2 R 2,17), no servirse de la ciencia (2 R 10,7), no exigir derechos que no fueran los de poder seguir siendo pobres (Test 22; 1 R 16, 5s.), no aferrarse a las propias cualidades o a los cargos (Adm 5, 5-7; 4, 2s), ni a la propia reputación (Adm 14, 1-4), ni siquiera a la propia vida (1 R 16, 10-21).

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