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LA POBREZA FRANCISCANA 25 vales, toma como un elemento clásico el rechazo visceral del dinero. Pedro Damián identifica el tesoro del ermitaño con Jesucristo; de ahí que aconseje el modo de conservarlo mejor: «En primer lugar, des– préndete del dinero, porque Cristo y el dinero no se llevan bien en el mismo lugar. Si quisieras cercar a los dos al mismo tiempo, te descubrirías a ti mismo poseyendo el uno sin el otro, pues cuanto más abundante sea tu provisión de ganancias inútiles de este mundo, más miserablemente carecerás de las verdaderas riquezas.)> El propio Bernardo de Tirón era partidario de que el ermitaño viviese del trabajo de sus propias manos, por lo que detestaba aceptar o manejar dinero. Cuando Bernardo abandonó el bosque en su prime– ra expedición hacia Chausey, un compañero ermitaño, con la mejor intención, le dio una monedas para el viaje. Bernardo se molestó mucho y aprovechó la ocasión para dar una breve lección sobre la verdadera pobreza cristiana. En esta misma línea parecen ir las recomendaciones de Francisco sobre el uso del dinero: «Ninguno de los hermanos, dondequiera que esté y dondequiera que vaya, tome ni reciba ni haga recibir en modo alguno moneda o dinero ni por razón de vestidos ni de libros, ni en concepto de salario por cualquier trabajo; en suma, por ninguna razón, como no sea en caso de manifiesta necesidad de los hermanos enfermos; porque no debemos tener en más ni considerar más prove– chosos los dineros y la pecunia que las piedras. Y el diablo quiere cegar a quienes los codician y estiman más que las piedras. Guardé– monos, por tanto, los que lo hemos dejado todo, de perder, por tan poquita cosa, el reino de los cielos. Y si en algún lugar encontráramos dineros, no les demos más importancia que al polvo que pisamos, porque vanidad de vanidades y todo vanidad» (1 R 8,3-6). La sedentarización de la Fraternidad y la consecución de un pres– tigio social que aseguraba la ayuda de los «amigos espirituales», hicieron posible que pudieran prescindir del uso del dinero, incluso para las necesidades de los enfermos (2 R 6,1-3), dando así una impresión de mayor radicalidad cuando, de lo que se trataba, era de una adaptación a las seguridades que proporcionaba la institución eclesial. Los biógrafos seguirán leyendo la no utilización del dinero dentro del marco eremítico. Así Celano lo compara con el estiércol, el polvo y las piedras, desvelando su poder satánico al convertirse en serpiente o provocar la mudez al que intenta tocarlo (2 Cel 65-68); todo un cuadro de imágenes utilizado ya por los Padres del desierto.

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