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24 J. MICÓ parece haber adquirido ya tal carta de ciudadanía, que no se la· puede tomar como medio subsidiario. El Testamento vuelve a relacionarla con el trabajo al decir que solamente «cuando no nos den la paga del trabajo, recurramos a la mesa del Señor, pidiendo limosna de puerta en puerta» (Test 22); pero ya era una utopía pretender volver a los orígenes. Las prestacio– nes que se pedían a los frailes ya no eran de tipo laboral, sino preferentemente ministerial, así que el mantenimiento de una Orden sin recursos propios se confiaba a la caridad de los fieles. La perfecta organización de la mendicidad se dio bastante pronto, y se advierte en los biógrafos el interés en proyectar como una ocupación evidente lo que al principio era sólo esporádico (2 Cel 71.75; TC 38.55). d) «No reciban dinero» La organización económica de la Fraternidad se apoyaba en la remuneración laboral de los hermanos y, cuando ésta no era sufi– ciente, en la mendicación domiciliaria. Sin embargo, extraña que Francisco defienda con tanto énfasis, casi con fanatismo, la no utili– zación del dinero. La matriz ideológica que confirma la Fraternidad es la imagen de los apóstoles enviados en misión. Francisco la asume al afirmar que los hermanos, cuando van por el mundo, no lleven nada para el camino; ni siquiera dinero (1 R 14,1). Sin embargo, todos sabemos -y Francisco también, ya que leía y escuchaba el Evangelio- que en el grupo de Jesús se utilizaba el dinero para las necesidades más ordinarias. ¿Desde qué presupuesto cultural aborda, pues, Francisco el seguimiento de Cristo pobre para no tener en cuenta la praxis de Jesús y aferrarse al esquema de misión? Algunos autores recurren a una interpretación socioeconómica --el auge del dinero, no sólo como instrumento de cambio sino como medio de capitalización-, para ver en la actitud de Francisco un rechazo al nuevo sistema económico, que era capaz de producir más pobres, presentando como alternativa un modo fraterno de utilizar los bienes sin que hubiera víctimas; es decir, un sistema en el que todos aportaban en la medida de sus posibilidades y recibían según sus necesidades. Sin negar que en la opción de Francisco estuviera implícita esta dimensión, la verdad es que me parece más convincente buscar la explicación en la línea eremítica en que se fraguó la conversión de Francisco. La espiritualidad de los ermitaños, sobre todo los medie-

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