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LA POBRE7..A FRANCISCANA 23 corporal». Por lo tanto, no es de extrañar que el trabajo manual en la primitiva Fraternidad fuera más un acto de buena voluntad que una actividad asidua y seria; de otro modo no se explica que necesitaran recurrir a la limosna. No obstante, el capítulo 7 de la Regla no bulada nos describe una Fraternidad itinerante donde los hermanos «sirven y trabajan» en casa de otros. Los que tenían un oficio cualificado antes de entrar en la Fraternidad, pueden seguir ejerciéndolo con tal de que no esté en contradicción con su proyecto evangélico. Los que no tenían oficio podían trabajar como peones agrícolas o servidores domésticos. A estos últimos se les pone una condición, y es que no sean «mayordomos ni cancilleres ni estén al frente en las casas en que sirven». Es decir, que el trabajo debe ser coherente con la opción menor (1 R 7,1-9). Esta apertura laboral viene eliminada en la Regla bulada. En ella se supone que no todos los hermanos trabajan, sino solamente «aque– llos hermanos a quienes ha dado el Señor la gracia del trabajo}> (2 R 5,1). Pero todos sabemos que a trabajar se aprende. De ahí que resulte patético el testimonio de Francisco en su Testamento: «Y yo trabajaba con mis manos, y quiero trabajar; y quiero firmemente que todos los otros hermanos trabajen en algún oficio compatible con la decencia. Los que no lo saben, que lo aprendan, no por la codicia de recibir la paga del trabajo, sino por el ejemplo y para combatir la ociosidad» (Test 20s). Sin embargo, ya era demasiado tarde. El asentamiento progresivo de la Fraternidad en casas o lugares construidos para ellos y el consiguiente acercamiento a un apostolado más clerical, condiciona– ban el mantenimiento del trabajo manual como forma propia de ejercer la minoridad y adquirir lo necesario para la subsistencia; por eso fue perdiendo sentido el trabajar «para los demás», y el grupo de laicos se dedicó al servicio de unos conventos donde los clérigos ejercían su ministerio. c) La mesa del Señor La Fraternidad primitiva se presenta como un grupo de trabaja– dores que, a cambio de su trabajo, reciben una remuneración; sólo si ésta falla pueden recurrir a la limosna pidiéndola de puerta en puerta. Pero a medida que la Fraternidad se va instalando en con– ventos y abandona el trabajo manual, la necesidad de la limosna se hace más imperiosa, hasta convertirse en el principal medio de subsistencia. La Regla bulada, aunque permite recibir lo necesmjo a cambio del trabajo (2 R 5,3), no lo relaciona con la mendicación. Esta

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