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LA POBREZA 1''RANCISCANA 21 tachen de hipócritas, sin embargo, no cesen de obrar bien, ni busquen en este siglo vestidos caros, para que puedan tener vestido en el reino de los cielos» (1 R 2,14-15; cf. 2 R 2,14-16). En cuanto a la comida, la Fraternidad aparece como un grupo de pobres ayunadores. Siguiendo el Evangelio de misión, los hermanos pueden comer y beber lo que les ofrezcan en las casas donde se hospedan (1 R 14,3) y, en caso de necesidad, se les permite servirse de los manjares que pueden comer los hombres, puesto que la necesidad no tiene ley (1 R 9,13-16; 2 R 3,14). Esta libertad, no obstante, está enmarcada dentro del ambiente penitencial de la época. Los ayunos preceptuados por la Iglesia eran una costumbre evidente para toda la cristiandad; mucho más para los grupos de cristianos comprometidos con el Evangelio. Por ello, no es extraño que Francisco y la Fraternidad los asimilaran en su proyecto de vida pobre (1 R 3, 11-13; 2 R 3,5-9). Pero, además de este ayuno preceptivo, estaba el ayuno involuntario, al que se veían obligados en algunas circunstancias, debido al tipo de vida que lleva– ban (TC 40). La parquedad en la comida, sin embargo, no tenía por qué ser motivo de tristeza ni angustia, y mucho menos de envidia. El segui– miento de Jesús en pobreza y humildad les debía llevar a una aceptación gozosa de la desinstalación, hasta el punto de poder decir con el Apóstol: «Estamos contentos teniendo qué comer y con qué vestirnos» (1 R 9,1). Por lo tanto, no había ningún motivo para despreciar ni juzgar a los que tomaban manjares y bebidas exquisitos (2R2,17). Otro rasgo de este distanciamiento de la Fraternidad respecto a la sociedad del bienestar, es la decisión de no utilizar el caballo en los desplazamientos. En una sociedad de caballeros donde los mercade– res y el alto clero empleaban el caballo como medio de prestigio o de transporte, Francisco manda a los hermanos que, «cuando van por el mundo o residen en lugares, de ningún modo tengan bestia alguna, ni consigo, ni en casa de otros, ni de ningún otro modo. Ni les sea permitido cabalgar, a no ser que se vean obligados por la enfermedad o por una gran necesidad» (1 R 15,1-2; cf. 2 R 3,12). La aceptación de una vida pobre debía hacer llegar sus consecuen– cias hasta la misma enfermedad. El hermano enfermo debe ser el centro de la Fraternidad; pero el amor y el cariño con que se le trate no puede hacer olvidar que pertenece a una comunidad de pobres y, por tanto, que debe aceptar los medios y remedios propios de ese estado (1 R 10,1-4; 2 R 6,9; Adm 24).

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