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18 J. MICÓ animar a los hermanos para que vivan la pobreza sin complejos, puesto que «ésta es la excelencia de la altísima pobreza, la que a vosotros, mis queridos hermanos, os ha constituido en herederos y reyes del reino de los cielos, os ha hecho pobres en cosas y os ha sublimado en virtudes. Sea ésta vuestra porción, la que conduce a la tierra de los vivientes. Adheridos totalmente a ella, hermanos amadísimos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, jamás que– ráis tener ninguna otra cosa bajo el cielo» (2 R 6,4-6). La visión teológica de la pobreza que marca en Francisco su opción evangélica, queda claramente definida en el breve escrito que envió a Clara poco antes de morir. El telón de fondo es siempre el mismo: el Señor, siendo rico y glorioso en su majestad, vino a ser pobre y despreciable en nuestra humanidad (LP 97). Este ejemplo incomprensible del Hijo de Dios es lo que llevó a Francisco a vivir y aconsejar a las Damas pobres lo fundamental y radical del misterio de Dios: «Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo y de su santísima Madre, y perseverar en ella hasta el fin; y os ruego, mis señoras, y os aconsejo que viváis siempre en esta santísima vida y pobreza. Y estad muy alerta para que de ninguna manera os apartéis jamás de ella por la enseñanza o consejo de quien sea» (UltVol 1-3). La terquedad con que Francisco defiende la pobreza no responde a ningún tipo de fanatismo por agarrarse a formas concretas de indi– gencia. Es su misma opción evangélica la que está en juego y, por tanto, no está dispuesto a que nadie se la malogre. Indudablemente esta encarnación en pobreza del Hijo de Dios no puede quedarse en pura contemplación, sino que debe tomar formas históricas que la expresen y realicen; pero lo fundamental para Francisco no será tanto el no-tener como el sentirse libre de impedimentos para poder acoger al que se nos da como Amor regenerativo de nuestra huma– nidad. 2. POBRES DE COSAS Lo que define a los movimientos pauperísticos, y en concreto a Francisco, no es su visión de un Cristo pobre que exija un total desprendimiento a todo el que quiera seguirle. Esta concepción teoló– gica de la vida cristiana era común en toda la Iglesia. Desde la jerarquía a los monjes no cesaban de repetir, de forma oral y por escrito, estas ideas pauperísticas como el mejor modo de articular la propia vida evangélica. Lo que provocó la admiración y el seguimien– to de estos movimientos fue su coherencia entre lo que pensaban y el modo de materializarlo en la vida concreta.

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