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LA POBREZA FRANCISCANA 13 . . pobreza, vagaban de un sitio a otro, rezando y trabajando, contentos con ganarse lo suficiente para vivir. Pedro Valdo y sus compañeros se decidieron a vivir el Evangelio renun– ciando a todas sus riquezas y repartiéndolas entre los pobres, con el fin de tener fuerza moral para predicar contra los pecados del mundo y exhortar a la penitencia, aportando un nuevo modo de interpretar la norma evangélica de la renuncia que involucrara también a la institución como tal. Al innega– ble valor de la pobreza individual, había que añadir el de la pobreza colectiva. La sensibilidad evangélica llevó a Valdo a historizar la propuesta de Jesús: «Vete, vende lo que tienes y dalo a los pobres» (Mt 19,21), haciéndola extensible a los laicos ricos. A la contestación del lujo del clero y de la riqueza de los monasterios, se une la amonestación al laico pudiente, no importa cómo se haya enriquecido, de la obligación de la pobreza para seguir a Cristo pobre y desnudo. Bajo este aspecto, la propuesta de los Valdenses resulta inaudita y revolucionaria por el hecho de darse en una sociedad en evolución, que ha descubierto el gusto por el riesgo y el valor del dinero, así corno el deseo desbordante de vivir con intensidad el momento presente. Respecto al trabajo, rechaza la idea de convertirse en una asociación de trabajadores que hacen vida común -corno los Humillados-, aceptando el grupo italiano el trabajo asalariado para la supervivencia, mientras que los franceses optaron por dedicarse por completo a la predicación y vivir a expensas de la comunidad. Otro de los grupos pauperísticos fue el de los Humillados, quienes, al principio, vivían con sus respectivas familias y se reunían para orar y trabajar juntos. Su vestido era humilde, tanto por el color -el gris- corno por la calidad del tejido. Su ascetismo representaba una reacción al lujo en el vestir. Se distinguían de los Cátaros y los Valdenses por no llevat vida común y dedicarse a la industria de la lana como medio de subsistencia y de apoyo a la actividad misionera. Posteriormente, Inocencio 111 los aprobó corno una sola Orden que alber– gaba tres grupos distintos: laicos con un compromiso cristiano, célibes voluntarios y clérigos. Su difusión fue notable, requeridos por los Comunes para incrementar la industria de la lana y favorecer las iniciativas económi– cas. Sin embargo, la atemiación de la primitiva austeridad, la implicación progresiva en las administraciones públicas, la acumulación de capital y el abandono del trabajo manual, minaron la vida de los Humillados hasta su desaparición. Los Valdenses y los Humillados, junto con otros grupos pauperísticos, pretendieron vivir corno los herejes -es decir, evangélicamente-, pero enseñar como la Iglesia, uniendo a la ortodoxia de la fe la ortopraxis evangélica. Dificultades de tipo más bien canónico que doctrinal complica– ron su existencia, viéndose algunos de ellos apartados de la Iglesia y

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