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LA POBRF,ZA FRANCISCANA 11 Junto a una estricta pobreza individual y comunitaria, los canónigos regulares desplegaron una variada acción caritativa; desde las tradicionales obras de misericordia hasta las acciones benéficas más originales. La intensificación del tráfico de personas, debido al progreso de la economía de intercambio, propició el desarrollo de la hospitalidad caminera en la segunda mitad del siglo xu. Los canónigos regulares no sólo llenaron de hospicios los caminos utilizados por los viajeros y peregrinos -«pobres de Cristo»-, sino que se especializaron en un determinado género de hospitali– zación. El siglo xn, caracterizado por la búsqueda del progreso, proporcionó a la misericordia el concurso de la técnica; fue el tiempo de la construcción de puentes de piedra. Apoyados por asociaciones de laicos, los canónigos regu– lares realizaron una labor importante como «pontífices» o constructores de puentes. Pero además de esta corriente canonical de talante apostólico, existía otra de tendencia eremítica, donde la pobreza toma niveles de radicalismo no sólo al apoyarse en la tipoiogía de la primitiva comunidad de Jerusalén, sino al declararse «seguidores de la perfección evangélica». La utilización de la fraseología evangélica: «Teniendo qué comer y con qué vestirnos, podemos estar contentos» (1 Tim 6,8), que supera ampliamente la otra más tradicio– nal de los Hechos, da a entender que la espiritualidad pauperística estaba tomando cuerpo en toda la Iglesia, por encima de grupos particulares. 6. Los ER:,rn'AÑos Otro intento de vivir el Evangelio desde la pobreza es el de los ermita– ños. Aunque el ejemplo de los Padres del desierto siempre estuvo de algún modo presente en los fundadores del monacato occidental, de hecho no apareció en Europa un movimiento eremítico floreciente hasta el siglo xr, precisamente en el momento en que la nueva sociedad urbana y la economía estaban tomando forma, y el antiguo orden monástico alcanzaba su cima de poder y privilegio. El movimiento eremítico constituyó un rechazo de las nuevas ciudades, de la economía del beneficio y de los antiguos monasterios. La vida monástica encorsetaba su proyecto de perfección evangélica. Por eso, Reginaldo el Ermitaño contestaba así a los argumentos de Ivo de Chartres: «Tú sabes tan bien como yo que los claustros cenobíticos rara vez o nunca incluyen este nivel de perfección... , porque excluyen todo lo que pueden la pobreza que predicó Cristo el pobre.» El eremita del siglo XI, aunque intente revivir la condición de vida de los Padres del desierto, no deja de ser un penitente que trata de organizar su vida cristiana retirándose al bosque en busca de una pobreza solitaria. Como Cristo, que no tenía una piedra donde descansar la cabeza, el ermita– ño duerme en el suelo y se instala en cualquier parte. Su modo de vestir se parece al del penitente y no se distingue demasiado del de un mendigo vagabundo. Descuidado en el aseo personal, comparte con el campesino

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