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10 J. MICÓ los que explotaban sus tierras. Pero la progresiva acumulación hizo necesa– ria la admisión de «conversos» e, incluso, de asalariados que las trabajaran; y cuando éstos no fueron suficientes, dieron en arriendo las tierras menos productivas. Los ideales primitivos cistercienses de simplicidad, pobreza y trabajo manual, se disiparon al entrar en el juego de la economía de beneficio. Las diatribas de S. Bernardo contra las riquezas y comodidades superfluas de Cluny, son afirmaciones clásicas de la crítica monástica. Críticas que, con el tiempo, se volvieron también contra ellos mismos. Hasta la mitad del siglo xu aún se puede admitir ciertf! fidelidad al ideal de pobreza entre los monjes pertenecientes a las nuevas Ordenes; fidelidad en el espíritu y en las obras. Pero a partir de la mitad de este siglo, y a pesar de sus insistencias en querer monopolizar este ideal a la vez que se adaptan a la ley de la evolución, se observa que, ayudados por Roma, han vuelto a la vieja concepción benedictina de un cristianismo «en espíritu», pero más vacío de obras, centrado casi absolutamente en lo sacramental y litúrgico. No tienen ningún empacho en multiplicar las relaciones sociales con «el mundo», ese mundo del que pretenden huir, cada vez que sus intereses parecen exigirlo. En cuanto a los «pobres sociales», se preocupan de un número menor de los que ellos mismos han empobrecido. A finales del siglo xn, la noción de «pobreza monástica» no sólo es ambi– gua sino claramente hipócrita; por lo menos hay una discordancia entre lo que continúan profesando los monjes, lo que son en realidad y lo que desea de ellos una Cristiandad más sensible a la autenticidad de las opciones de vida y más crítica respecto a las distorsiones entre práctica vivida y etique– tada. Poco importa, pues, el significado de la palabra «pobre» cuando la encontramos en los textos monásticos, porque los monjes ni son débiles, ni pobres, ni humildes. Para la institución entera la pobreza «de espíritu» no tiene ningún sentido. Hacia 1200 la pobreza monástica es un mito. 5. Los CANÓNIGOS REGULARES La decadencia de la pobreza monástica en el siglo xn, no afectó sola– mente al ámbito personal sino también a su dimensión caritativa. La falta de adaptación a las nuevas transformaciones sociales hizo ineficaces las formas tradicionales de caridad. Retirados en sus monasterios, rodeados de sus propios campos, no percibían las verdaderas necesidades de los nuevos pobres que la sociedad estaba produciendo. Esta realidad exigía hombres nuevos y formas nuevas de abordar el acuciante problema de la pobreza y de la caridad. El ideal de fidelidad al mensaje evangélico llevó a algunos clérigos seculares a promover un aposto– lado caritativo desde una vida en común de inspiración monástica y eremíti– ca. La vida de los canónigos, según la Regla de S. Agustín, trataba de inspirar en el seno de las aglomeraciones rurales y urbanas, grupos de vida espiritual que se expresaran en el ministerio pastoral y en una actividad social cotidiana.

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