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222 CARLOS BAZARRA, OFMCAP La paz que predica san Francisco no es la paz de poder tener propiedades, sino la de nada apropiarse. La pobreza es la generadora de la verdadera paz evangélica, no la riqueza.7 UNA HISTORIA CONFLICTIVA Al comienzo, Francisco fue ante el Papa y le contó una parábola: Una mujer pobre vivía en el desierto. El rey se enamoró de ella y la desposó. Nacieron muchos hijos. Más tarde los hijos pobres se presentaron en el palacio del rey: somos tus hijos. Y el rey los sienta a su mesa (LM 3, 10). La pobreza de Francisco tiene una motivación mística: imitar la encarna– ción del Hijo de Dios y el misterio eucarístico, ese anonadamiento de que nos habla Flp 2, 7, y comienza por una desapropiación interior de no reservarse nada para sí y de estar sometido a todos. La pobreza de Cristo era para Francisco un absoluto, en el sentido de que no tenía atenuaciones ni de tiempo ni de circunstancias: Jesucristo siempre ha sido y será pobre. La pobreza de Francisco no brotaba de un sentimiento maniqueo (Francis– co admiraba profundamente todo lo creado y lo llamaba hermano) sino de las implicaciones antievangélicas que conllevan: Si tuviéramos propiedades, necesita– ríamos armas para defenderlas. Las propiedades son motivo de un sinjí'n de querellas y pleitos que suelen estorbar el amor de Dios y del pr6;ilno. Esta es la razón por la cual no queremos poseer ningún bien material en este mundo (AP 17). Pero la historia no se detiene y pueden surgir nuevas circunstancias. Fue un momento muy conflictivo y doloroso la tensa relación que vivieron los franciscanos y el papa Juan XXII, en el siglo xrv. El motivo de la polémica surgió cuando un inquisidor dominico condenó a un beguina en 1321 por afirmar que Cristo y los apóstoles no poseyeron nada, ni en particular ni en común. Un franciscano dijo que esa opinión era ortodoxa y no se podía condenar. El Papa abre una investigación. El cardenal Pedro Colonna dice que para ser un cristiano perfecto basta la pobreza interior (no estar apegado a los bienes materiales). Es la opinión común. Pero la respuesta más peligrosa es la de Hervé de Nedellec, consejero de Juan XXII. Comienza afirmando que la esencia de la perfección es la caridad, no la pobreza. El derecho y la propiedad son una misma cosa. No se puede vivir sin propiedad. Refiriéndose a Cristo, distingue: en cuanto Dios, no es pobre, es seüor de todo, lo posee todo. En 7 Véase, para todo esto, D. FLOOD, Francisco de Asís y el movimiento franciscano (Aránzazu 1996).

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