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336 LÁZARO IRIARTE Como señala K. Esser, los frailes menores tardarán en cumplir esta resolu– ción bastante más que el movimiento de los Pobres Lombardos, que ya en su Regla, aprobada por Inocencia IIt admitían que, cuando un grupo superaba los ocho miembros, podía fijar la morada en una casa. 15 ¡Quién hubiera dicho al Pobrecillo que, precisamente sobre su tumba, ocho años después habría sido erigida una espléndida basílica junto a un grandioso convento, símbolo de una concepción bastante distinta, pero previsible, de la presencia minorítica! Por el contrario, la comunidad femenina de San Damián, por motivos que no es el caso de analizar, desde el comienzo renunció a la itinerancia y optó por una vida enclaustrada, pero con una concepción muy diferente de la stabilitas benedictina. La novedad de aquella elección impresionó al obispo Jacobo de Vitry, que visitó Asís en 1215-16. Observó la diferencia entre la comunidad masculina y la femenina respecto a la movilidad externa, pero también el contraste con la imagen de las comunidades monásticas. Para él la casa donde viven no es un monasterio sino un «hospicio»; la fisonomía del grupo se asemeja más a la de las humilladas y de las beguinas; por una parte viven retiradas, pero por otra residen próximas a la ciudad, cuyos habitantes han captado el significado de esa presencia escondida. Lo mismo sucederá con las numerosas fraternidades de «damianitas» que surgirán según el modelo de la de San Damián: «Los hombres (de esta orden) durante el día entran en las ciudades y en los pueblos, esmerándose activamente por ganar a otros para el Set\or; por la noche regresan a los eremitorios o a algún lugar solitario para dedi..:arse a la contem– plación. »En cambio las mujeres residen juntas en algunos hospicios no lejanos de la ciudad; no aceptan ninguna donación, sino que viven con el trabajo de sus propias manos. No pequet\o es su pesar y turbación, viéndose honradas más de lo que quisieran por clérigos y laicos."H' Desde otra perspectiva, la espirituaC también Clara concebía la profesión de la altísima pobreza como una garantía de libertad y como un elemento integrante de la vocación evangélica. Escribiendo a Inés de Praga le exhortaba a no detenerse sino a avanzar confiada y gozosamente con paso veloz y andar apresurado por la ruta de la bienaventuranza, sin que tropezasen sus pies y ni siquiera se le pegase el polvo del camino (2 CtaCl 12-13). Y en su Regla, aprobada por Inocencio IV en 1253, no dudó en transcribir de la Regla de Francisco el ideal de peregrinación (RCl 8, 1s). 15 K. EssFR, La Orden franciscana. Orígenes e Ideales, Aránzazu, 1976, 219. 10 J. DJ, VITRY, O. C., 72.

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