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FRANCISCO DE ASÍS ANTE LOS MOVIMIENTOS FVANGtóLICOS DE LA Í'POCA 335 y la de la vida en común, inserta en el contexto popular, reservada, a su vez, a las vocaciones de origen plebeyo. De hecho, tanto los hermanos menores como las hermanas pobres no tardarán en atraer la mayor parte de las vocaciones a la vida consagrada, aunque con el tiempo también estas dos órdenes cedieron a la tentación del clasismo, contra 1a voluntad de los dos fundadores: los frailes menores reser– vando, en 1240, a los sacerdotes los cargos de gobierno y destinando a los legos los trabajos conventuales y la limosna, y las clarisas introduciendo, en 1336, por imposición del Papa Benedicto XII, la clase de las «legas». No han faltado algunos historiadores que han visto los orígenes francisca– nos como uno de los tantos movimientos penitenciales, de signo evangélico, que luego, bajo la intervención jerárquica en apoyo de las tendencias de un sector interno, habría cristalizado en dos órdenes paramonásticas, masculina y femenina, mientras que se habría mantenido el carácter laical y secular en la Orden de la Penitencia. 14 Pero las fuentes, como hemos visto, excluyen tal hipótesis. La Orden de los hermanos menores fue fiel durante la vida del fundador a su carácter de fraternidad itinerante, sin moradas fijas, carácter fuertemente afirmado en la Regla bulada de 1223: «Los hermanos no se apropien nada para sí, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y, cual peregrinos y forasteros en este siglo, que sirven al Señor en pobreza y humildad ... " (2 R 6, 1-2) En virtud de la evolución de la fraternidad, extendida ahora por toda Europa y organizada en provincias, con compromisos locales concretos, co– menzaron a surgir en 1224 las moradas fijas con sus respectivos oratorios. Francisco, en la carta a la Orden, acepta el hecho como irreversible y dicta las normas sobre la celebración eucarística y la recitación del Oficio divino en las fraternidades locales. Los eremitorios, que antes eran lugares ocasionales de retíro y de intimidad fraterna, al presente se convierten en residencias perma– nentes, pero siempre lugares, no monasterios. En el testamento, escrito un mes o dos antes de su muerte, Francisco da como buena tal evolución, pero insiste en la itinerancia como elemento irrenunciable: «Guárdense los hermanos de recibir en modo alguno iglesias, moradas pobrecillas, ni nada de lo que se construye para ellos, si no son como conviene a la santa pobreza que prometimos en la regla, hospedándose siempre allí como forasteros y peregrinos» (Test 24). 14 K. MüLLER, Die Anfiingc des Minoritenordens und dcr Bussl1ruderschoften, Freiburg 1885; P. MANDONNcT, Les origines de /'ardo de Poenitc11tia, Fribourg 1898.

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