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332 LÁZARO IR1ARTE popular, Inocencio III se congratulaba de tales iniciativas. En el año 1198 había aprobado la orden de la Santísima Trinidad para el rescate de los prisioneros cristianos, fundada por Juan de Mata; y en 1213 aprobó también la orden hospitalaria del Espíritu Santo, fundada en 1180 por Guido de Montpellier, que ordenó construir el hospital del Santo Espíritu en Roma. 10 A juzgar por las fuentes franciscanas, no fue fácil para el Pobrecillo llegar hasta el Papa Inoccncio III, incluso dejando aparte ciertos pormenores abierta– mente legendarios. Pero encontró idóneos protectores. El primero fue el obis– po de Asís que se encontraba en Roma «por casualidad», escribe el primer biógrafo, pero que probablemente había ido para facilitar el propósito de Francisco. Condujo al grupo el cardenal de San Pablo, obispo de Sabina, benedictino, hombre de gran espíritu, consejero cualificado del Papa. Lo aco– gió con afecto; pero al escuchar el objeto del viaje, no disimuló su desconfianza hacia las nuevas fundaciones, diferentes de los modelos hace tiempo recono– cidos. «Y le aconsejó que se orientara hacia la vida monástica o eremítica. Pero Francisco rehusaba humildemente, como mejor podía, tal propuesta; no por desprecio de lo que le sugería, sino porque, guiado por aspiraciones más altas, buscaba piadosamente otro género de vida» (1 Cel 33). Fue el mismo cardenal Juan de San Pablo quien presentó al Papa al grupo de los pobres de Asís. Podemos suponer la impresión de Inocencio lll. Por primera vez uno de aquellos hombres del Evangelio, a los que intentaba integrar trabajosamente dentro de la Iglesia, se presentaba espontáneamente ante la Sede romana en busca de la confirmación del carisma: un grupo que nacía puro, sin historia, sin ninguna problemática interna y sin los efectos de luchas padecidas ni de determinados influjos. Luego la simplicidad del funda– dor y la veracidad de su cambio bajo la acción del Espíritu, eran la mejor garantía de la ortodoxia para el futuro. Francisco escribió con precisión teológica, en su testamento, lo que fue para él la ratificación suprema de la vida evangélica: «El Señor me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio ... y el señor Papa me lo confirmó.» Por lo que parece, después de haber «confirmado» verbalmente la forma de vida, Inocencio III aceptó la «promesa» o profesión del fundador y de sus compañeros según la fórmula que en aquellos años imponía la curia romana a las nuevas fundaciones.11 Desde aquel momento la nueva orden 10 H. WoLrnR, o. c... 226. 11 L. lRIARTE, «Il rito della profcssionc nell'ordine francescano», en ID., Tcmi dí vita francescnna, 288-291.

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