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330 Lr'\ZARO llUARTE se sobre la existencia y sobre las ideas de los herejes, invocando también la intervención del brazo secular. Así se llegó a la creación de la inquisición mediante la decretal de Lucio III del 4 de noviembre de 1184. En ella venían catalogados como grupos heréticos para investigar y erradicar, los cátaros, los pobres de Lyon, los valdenses, los arnaldistas, los patarenos, los humillados ... 4 A través del registro de las cartas de Inocencia III (1198-1216) nos encontra– mos ante una panorámica un poco negativa sobre la situación disciplinar y moral de la Iglesia en las diversas áreas europeas; el Papa busca el remedio mediante rígidas medidas canónicas pero, al mismo tiempo, se esfuerza por encontrar vías originales contando, quizá con demasiada buena fe, con la buena voluntad de la gente, como cuando concede una indulgencia a todos los fieles que se casaran con una prostituta para librarla de su miserable vida, 5 o cuando, para meter en cintura a un obispo poco ejemplar, se sirve de la admonición fraterna confiada a un obispo vecíno al interesado. La difusión siempre muy inquietante de los movimientos declarados hen~ticos constituía la máxima preocupación de la Cristiandad. Inocencio HI se propuso combatirlos en todos los frentes. Para mantener firme la línea de los principios, promulgó en 1199 una decretal en la cual la herejía estaba equipara– da al delito de lesa majestad del derecho romano. Pero, al mismo tiempo, atenuando la severidad del mismo derecho romano, respetaba el derecho de los parientes al patrimonio famfüar del condenado. Ciertamente, sobre Inocencio III pesa la sombra de la cruzada contra los albigenses o cátaros en Francia meridional, donde no solamente las clases populares, sino muchos nobles, una buena parte del clero y hasta algunas comunidades monásticas, profesaban abiertamente la nueva religión. Por otra parte, el episcopado aristocrático de la región no mostraba preocupación ante el peligro que amenazaba la unidad de la Iglesia. Una legación de monjes cistercienses, enviada por el Papa en 1204, no dio resultado. Inocencio Ill quiso estimular el compromiso de los obispos en la lucha y, en 1207, lanzó la excomunión contra el conde de Tolosa, Raimundo. El asesinato del monje Pedro de Castelnau colmó la paciencia del pontífice, que recurrió como último remedio al que Alejandro lll quiso ya utilizar: la cruzada, que fue predicada con éxito. Naturalmente, las ambiciones políticas de los príncipes y de los H. CRFNPMANN, Mo,Jilnenti reli1;iosi nel 1\1edícz,o, Bologna 1974; R. MANSELLI, Studi sulle eresic del seco lo Xll , Roma 1953; I1. MA!SONNAVE, Études sur les origines dell'Inquisition, Paris 1960; H. WnLTER, J mo,,imenti ereticali e gli inizi dell'Inquisizione ecclcsiastica, en Storia della Chiesa, a cargo de H. JEDIN, V/1, Milano 1976, 140-149. s Die Register Imwcenz III, ed. O. HAc;ENEDER, Graz-Küh11964, Cartas 1-112.

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