BCCCAP00000000000000000001490

106 JULIO MICÓ, OFMCAP interior. Los perdedores -pobres, enfermos, leprosos-no existían para él. Lo que contaba era la gloria de ser reconocido como ganador. Esta imagen de un Francisco aislado en sí mismo y violento frente a los demás nos trastoca la composición seráfica del santo, pero nos conduce a la contemplación de lo que es el hombre que se empeña en cortar sus raíces para proclamarse autónomo y señor de la naturaleza. En estas circunstancias se hace imposible el diálogo. Uno mismo se incapa– cita para entrar en relación con los demás por considerarlos meros objetos de su ambición. Al negarles su valía como personas, les está quitando su capaci– dad para relacionarse con ellas. A las clases bajas, los pobres, se les ignora, ya que no aportan nada a la materialización de sus sueños de gloria. A los demás se les permite un lugar en la sociedad en tanto favorezcan y apoyen tal modo de vida; se les considera como una comparsa que acompaña y ríe sus excentri– cidades. Y en cuanto a Dios, se le etiqueta como un objeto social que no trae complicaciones sino que bendice este modo egoísta de concebir la vida. Su incapacidad parea sentirse interpelado le impide escuchar la llamada del Señor. Es un hombre sordo para oír la voz de los demás, y que no escucha sino su propia voz o la de los que le hacen el eco. Desde esta actitud de cerrazón resulta imposible toda escucha y, sobre todo, la percepción de la voz del Señor que le invita a responder desde sí mismo; es ~ecir, a dialogar con ÉL 3. Dros ES mAux;o En el Testamento tenemos las pocas palabras, misteriosas por cierto, con las que Francisco describe esta situación: «Como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver los leprosos» (Test 2). El año de prisión en Perusa y la enfermedad allí contraída le obligaron a plantearse la vida con seriedad. Uno de los jalones que ponen los biógrafos para describir esta conversión es su manía de retirarse al campo para meditar en solitario. Esta necesidad de hablar con Dio en soledad era un síntoma de la reorganización que se estaba dando en su esquema de valores. Según Celano (1 Cel 3) ni la belleza de los campos ni la diversión con los amigos le decía ya nada. Su «mundo» estaba tomando otra forma estructural que requería una rumia interior para poder cristalizar. Una rumia angustiosa que le llevaba hasta el borde del agotamiento (1 Cel 6). Y es que Dios se le estaba manifestando tal como era; es decir, como diálogo. La evidencia de que Jesús, el Hijo de Dios, siendo rico en su comunica– ción divina, se hizo pobre para comlmicarse con nuestra indigente y frágil

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz