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EL DIÁWGO EN FRANCISCO DE ASÍS 105 con lo conseguido, sino que se hizo itinerante en busca del Absoluto nos puede servir de ayuda para reflexionar sobre nuestra vida en diálogo. 2. UN DIÁLOGO IMPOSIBLE Las pocas noticias que tenemos sobre la juventud de Francisco, aunque no nos permitan dibujar un retrato completo, sí que nos consienten marcar unos trazos que reflejen cuál fue su realidad. La visión jovial y alegre que nos muestran las innumerables biografías sobre el santo esconden la verdadera actitud que tenía Francisco frente a la vida y que se reflejaba en el modo de relacionarse con el entorno. La juventud de Francisco, si la miramos con detención, no resulta tan inocente. La nueva clase de los mercaderes estaba luchando, desde el Común, por conseguir la hegemonía económica que hasta entonces habían tenido los no– bles terratenientes. Si para Bernardone ya era demasiado tarde pretender el nivel social que, tradicionalmente, caracterizaba a la nobleza, como era la caballería, sin embargo estaba dispuesto a que Francisco escalara una posición que no le correspondía por nacimiento, si nos atenemos a la ideología de las clases dominantes. De la participación de Francisco en la lucha por la autonomía y fortaleci– miento del Común no tenemos demasiadas noticias. Cuando el asalto a la «Rocca» y los castillos feudales en 1199, Francisco tenía ya unos 16 años, pero no existen señales de que participara en la lucha. Sin embargo sí que tomó parte en la guerra contra Perusa de 1202. La solidaridad comunal y los intere– ses de clase le obligaban a entrar en la lucha, seguramente en la caballería. Conociendo el temperamento de Francisco, tal vez su vocación de caballe– ro no respondía tanto a una actitud belicosa como al gusto por el derroche y la superficialidad que acompañaba a esta clase social. Influenciado por la socie– dad, había hecho suya la teoría de que la vida era para disfrutarla a tope, y que nada ni nadie podía impedírselo. Para asegurar esa diversión inconsciente haría lo que fuera menester, aunque tuviera que echar mano de la violencia tan contraria a su temperamento. El Francisco violento que para conseguir sus propósitos no duda en hacer la guerra es una imagen insólita pero, desgraciadamente, real. Su actitud de dominio, convirtiendo a las personas en objetos rivales que le impedían satis– facer sus desbocadas necesidades, le cegaba hasta el punto de empuñar la espada para destruirlos. Se sentía autosuficiente, y la sociedad que le rodeaba solamente existía en cuanto le ayudaba o permitía realizar esa forma de vida superficial y suicida que cada vez se iba estrechando hasta ahogarlo en su
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