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102 JULIO MICÓ, OFMCAP por el hecho de remitirnos a un tipo de comunidad, la Fraternidad, donde el diálogo es fundamental. La experiencia evangélica de Francisco imprimió en la Fraternidad un talante abierto y de responsabilidad recíproca en la que es impensable su funcionamiento sin el diálogo. Por eso al interesarnos por él y ahondar en su conocimiento y práctica no lo hacemos por «divertimento», ni siquiera por una especie de oportunismo, sino que lo abordamos como un elemento que hace posible la Fraternidad y la hace significativa. Al remitirnos a Francisco corno un hombre dialogante no lo hacernos tanto corno la persona abierta y comunicativa que, ciertamente, lo era, sino corno el creyente que aceptó el reto que la llamada del Señor le proponía: el reconocer– se pobre y necesitado de los valores que los demás le pudieran ofrecer. Sólo con esta apertura podría reencontrase consigo mismo, encontrar a los demás y, sobre todo, a Dios. La lectura que vamos a hacer de la biografía de Francisco es un itinerario de su progresiva apertura por medio de un diálogo profundo y comprometido que lo llevó hasta convertirlo en «puente» por donde transitaron, para encon– trarse, hombres y grupos de muy distinto talante. Por eso recurrimos a él para «aprender» el calado de nuestra vocación franciscana y tratar de ejercitarnos en ese diálogo que alimenta nuestra Fraternidad. l. ¿QUÉ ENTENDEMOS POR DIÁLOGO? Si miramos el diccionario, la primera acepción con que nos encontramos de la voz «diálogo» es la de conversación entre dos a más personas. Puesto que la finalidad de la conversación es comunicarnos cosas para llegar a un encuentro con las otras personas, el diálogo en sí mismo no es más que un medio de comunicación, y su calidad está relacionada con la calidad de lo comunicado; de ahí que se aplique el mismo termino, diálogo, tanto a lo que se realiza en «Tómbola» como en el seno de la Trinidad. El diálogo, pues, más que una forma de expresión verbal, o personal, es un modo de manifestar lo que uno es y siente; por lo tanto, más que una habilidad para la conversación, es un talante, un modo de ser que busca siempre el encuentro para emiquecerse con la aportación de los demás. El diálogo como conversación y cháchara se ha practicado siempre, baste recordar los inefables «patios de vecinas», pero el diálogo como una forma seria y profunda de comunicación no se ha prodigado demasiado. Un ejemplo de ello es que de los antiguos filósofos sólo recordamos los célebres «Diálogos
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