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JULIO MICÓ, OFMCap EL DIÁLOGO EN FRANCISCO DE ASÍS INTRODUCCIÚN Del diálogo se puede hablar mucho y desde varios campos. Yo me voy a limitar a tratarlo desde el ángulo de la espiritualidad; pero aunque uno no quiera, -y sobre todo al principio, para delimitar lo que entendemos por diálogo- siempre se cuela algo de lo que está en la frontera y que nos viene bien para confeccionar el horizonte de nuestro tema. El ser humano no es un ser solitario que se haga sin necesidad de relacio– narse con los demás. Todos necesitamos de un grupo de referencia con el que comunicarnos. También a nosotros, como Fraternidad, nos hace falta el diálo– go para ir avanzando en nuestra vocación de Hermanos Menores. Pero el diálogo -una cosa, al parecer, tan senciHa- no es algo innato. Aunque nacemos necesitados de comunicación, sin embargo nos hace falta el aprendi– zaje para hacerlo de una forma correcta. Y no vale el decir que ya nos cornuni·· camos demasiado, porque lo que hacemos normalmente, lejos de ser un diálo– go en toda regla, es comunicarnos de forma superficial sólo aquello que nos interesa. El vivir en Fraternidad supone mantener la inquietud por ir creciendo no sólo en el conocimiento de uno mismo sino, sobre todo, en el conocimiento de los demás. Si el diálogo es el medio para establecer, mantener y profundizar nues– tras relaciones interpersonales, es natural que nos interese trabajarlo; tanto más, cuanto más nos interesen las personas con quienes vivimos en relación. Y entre estas personas, ocupan un lugar especial, los más cercanos, aquellos con los que compartimos vida y vivienda; es decir, nuestra Fraternidad. Sin embargo no se agota en ella. La Asamblea de Generales reunidos en Roma nos dice que los religiosos, por el hecho de vivir en comunidad, tienen una experiencia de comunicación y diálogo que los convierte en signo y puente para relacionarse no sólo con todas las vocaciones eclesiales sino también con los llamados «alejados». Esto nos impone una gran responsabili– dad; y es la de cultivar el diálogo como un servicio a la Iglesia y a la sociedad. Para nosotros, los Franciscanos, esta responsabilidad es aún mayor, si cabe,

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