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EL DIÁLOGO EN FRANCISCO DE ASÍS 125 Al proponer un tema como interesante, yo creo que no se hace como el hallazgo de algo infalible que va a resolver los problemas de una vez para siempre. Porque diálogo, de mejor o peor calidad, siempre lo ha habido; y problemas de comunicación, por muy en serio que tomemos esto, los va a seguir habiendo. Por tanto, se trata siempre de mejorar, en ese proceso dinámi– co que es nuestra vida en conversión, esa actitud de diálogo o de comunicación que es tan necesaria en nuestra convivencia fraterna. Este es el espacio en el que debemos colocar el intentar ser más dialogantes y, también, la búsqueda de soluciones para mejorar nuestra calidad de vida evangélico-franciscana. Por eso están fuera de lugar tanto los escritos que hablen del diálogo de una forma académica y vaporosa, como el intento de responder, por parte nuestra, con soluciones grandiosas, pero a largo plazo, que, en definitiva, resultan estériles. Se trata, en fin, de responder desde la ilusión que aporta la juventud, a este aspecto importante de nuestra vida en Fraternidad como es el diálogo o la comunicación. Aunque ya pasaron para mí aquellos años mozos en que llegamos a creer que la vida, y en concreto nuestra vida Capuchina, podía cambiarse de un plumazo, sin embargo mantengo la confianza en que, con un trabajo constante y lúcido, se puede mejorar y percibir la mejora de una forma palpable. El «Postmodernismo», entre sus muchas cosas cuestionables, creo que nos ha traído una que me parece interesante: el disfrutar del aquí y del ahora, aunque no de forma irresponsable y egoísta sino como participantes en ese proceso creativo que es la vida y que, para nosotros, se concreta en el desarro– llo de nuestro Proyecto Capuchino. Hacer Fraternidad es hermoso y, además, debe ser gratificante. Trabajar, ahora con el diálogo, para mejorar la calidad de nuestra comunicación y que la convivencia fraterna sea más transparente, lo tiene que ser también. El desfa– llecer y el «quemarse», la mayoría de veces, proviene de la pretensión de solucionar los problemas de forma rápida y absoluta, sin percatarse de que somos frágiles y caminamos muy lentamente. Lo importante para mí, más que ver solucionado el problema, es saber que se camina y se avanza en la direc– ción correcta. Si a esto se añade el hacerlo en grupo, es decir, desde la Fraterni– dad, es ya el colmo. Por eso es de suma importancia, al menos para mí, el mantener fresco el Proyecto Capuchino de vida por el que hemos optado, y detenernos en cada momento que lo requiera para hablar, dialogar, sobre la calidad de alguno de sus aspectos. Ahora lo estamos haciendo sobre la comunicación o el diálogo; pero en otros momentos pueden surgir otros.

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