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FL DJÁLOGO EN FRANCISCO DE ASÍS 119 Evangelio eclesialmente descolorida e incoherente no eran antagónicas. Estos dos niveles en la forma de experimentar la Iglesia fueron vividos por él dentro de una gran tensión, pero, al mismo tiempo, con equilibrio. La Iglesia había sido para el santo como un gran seno materno que le había dado la vida y en cuyo regazo se sentía seguro, porque seguía percibiendo de una forma personal el amor de Dios y la posibilidad de comunicarlo a los demás. En ella había recibido la fe, los sacramentos y las costumbres cristianas casi de una forma inconsciente, pero que ahora formaban ese clima familiar fuera del cual le sería imposible entenderse a sí mismo y a todo lo que le rodeaba. Su ser y su existir estaban transidos por ese soplo misterioso de la Iglesia que se espesa, hasta hacerse institución, pero que, al mismo tiempo, la trasciende de forma inasible despertando la añoranza del Evangelio para seguir a Jesús en su camino hacia el Padre. Además, la Iglesia en Asís había sido fundamental para que el pueblo llegase a sentir conciencia de su identidad comunitaria cultural y religiosa; había sido la Iglesia la que había hecho aflorar las relaciones interpersonales y la aparición del nosotros como una necesidad grupal. La identificación de los orígenes como pueblo y como comunidad de fe alrededor de sus obispos le da a Francisco una visión de la Iglesia donde lo institucional, por problemático y doloroso que a veces le resulte, no es impedimento para llevar a ]a práctica su decisión evangélica de seguir a Jesús en pobreza y humildad. La iglesia, incluso como estructura, era algo que formaba parte de sus orígenes y que no podía ver como una realidad extraña que no fuera con él. Sin embargo, y al mismo tiempo, la Iglesia le desbordaba. El inmenso aparato que había conseguido guiada por el papa lnocencio III se le escapaba no sólo de la manos sino de la cabeza. Pero en el fondo de tanto poder había descubierto al Jesús pobre que le invitaba a su seguimiento. Por eso de Francis– co podríamos decir que fue un contestatario desde la sumisión, tomando una actitud que, al situarse al margen de la riqueza y el poder, se convertía en una protesta existencial contra las estructuras antievangélicas que conformaban la Iglesia. Para Francisco, como buen medieval, la Iglesia era, sobre todo, la jerarquía, los sacerdotes; de ahí que tratara de mantener una relación cortés con todos ellos. Los motivos que aduce en el Testamento (Test 6-10) son convincentes: sólo ellos hacen posible la presencia sacramental de Jesús muerto y resucitado. Esto bastaba para que les tuviera un respeto reverencial y no se le ocurriera nunca enfrentarse con ellos. El trato exquisito que siempre mantuvo con los sacerdotes, también puede extenderse a los obispos y, sobre todo, a la Curia romana. Las relaciones de Francisco con la Iglesia romana tuvieron un progresivo
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