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EL DIÁLOGO EN FRANCISCO DE ASÍS 115 La primera experiencia evangélica de la Fraternidad se reconoce como una experiencia de «Penitentes», lo cual indica la afinidad con otros grupos de laicos que habían tomado la Penitencia como forma para vivir el Evangelio. La predicación de la penitencia a las masas populares hacían surgir vocaciones que, aún viviendo en sus casas, se mantenían en relación con Francisco y su Fraternidad. La relación que Francisco pudo mantener con ellos tal vez no supere la de algún encuentro esporádico para predicarles y animarles en su Proyecto, pero indica que existía cierta inquietud por comunicar lo que para él era fundamental: el convencimiento de que Dios nos ama. Esta preocupación por salir al encuentro de los laicos que buscaban en él una respuesta a su situación dentro de la sociedad y de la Iglesia denota su voluntad de diálogo con todo tipo de personas, convencido no sólo de que podía ser una ayuda para los demás, sino que ellos también le enriquecían con sus aportaciones. Cuando, debido a sus enfermedades, ya no los podía visitar para alentarles en su Proyecto evangélico, lo hizo a través de un escrito: la Carta a los Fieles. Con esto no vayamos a pensar que la comunicación se daba en una sola dirección. Francisco nunca se consideró un «maestro» ni de nadie ni de nada; simplemente trató de comunicar a los demás lo que a él le parecía importante, tratando de recibir de los interlocutores el mensaje que el Señor le enviaba por medio de ellos. Las cartas dirigidas, por ejemplo, a las autoridades hacen suponer que durante el tiempo en que las fuerzas le acompañaban y podía hacerlo directa– mente se encontraba con ellos para ayudarles en su tarea de ejercer la autori– dad desde la responsabilidad cristiana. Es curioso que el diálogo de Francisco siempre transita por caminos profundos. Su vocación de comunicar a los demás lo que Dios ha hecho en su vida parece que le obliga a no perder el tiempo en lo superficial. La presencia de Dios y su actuación en él y en los demás hombres le lleva a relacionarse con todos, pero siempre desde el fondo de lo humano, que es donde se encuentra Dios. Podríamos pensar que su relación con los laicos se limitó exclusivamente a ciertas «élites» sociales o religiosas. Ya vimos, sobre todo en el Tratado de los Milagros, cómo las gentes sencillas trataban de encontrarse con él para pedirle que remediara sus necesidades. Pero había otro estrato social, el de los margina– dos y empobrecidos que no contaba en la marcha ordinaria de la ciudad. Los biógrafos hablan de ellos por ser los receptores de las limosnas de sus conciuda– danos. Pero ¿trató Francisco de comunicarse con ellos de una forma personal? Su experiencia durante el período de conversión parece que le caló bastan– te para intentar llegar hasta ellos y poderles comunicar lo que para él era lo

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