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110 JULIO MICÓ, OBvlCAP Pero el Señor se apiadó de él recordándole que sus raíces no se hundían en un monólogo cerrado sino en el diálogo abierto de la fecundidad divina; y que, por tanto, era inútil pretender ser en contra de la propia naturaleza. Y el Señor le fue mostrando la dicha de sentirse, de nuevo, en relación con las personas de su entorno, y con los animales, y las plantas, y todos los demás seres que forman la creación. Es decir, le devolvió el gozo de sentirse parte de esa gran familia formada por todo cuanto existe. Ese esfuerzo por retornar al lugar donde fue plantado es lo que Francisco llama «hacer penitencia». La conversión, por tanto, se traduce en un caminar sin tregua por la senda del diálogo; en reconocer que, sin relación con los demás, no puede realizarse como persona. La vida de penitencia es, primordialmente, un percibir que estamos remiti– dos a Dios y, en su encuentro, nos remite a los demás hombres. Permanecer en esta actitud de relación, dada nuestra fragilidad, no es sencillo; de ahí que Francisco, por una parte, adopte ciertas precauciones con el fin de no ahogarse en su encierro (1 R 22, 25 s.) y, por otra, refuerce los mecanismos que le facilitan el diálogo; sobre todo la ayuda de Dios. Francisco sabe que es un hombre, además de frágil, contradictorio; por lo tanto tiene que aceptar con paciencia ciertas reacciones que no quisiera tener. En el Testamento, cuando habla de la obediencia a los Guardianes y el rezo del Oficio (Test 30-33) resulta tremendo al amenazar a los trasgresores con penas inquisitoriales. Pero en la Carta a toda la Orden (CtaO 44) todavía aparece más duro al no reconocerlos como hermanos, ni quererles ver ni hablarles mientras no hagan penitencia (CtaO 44). Todo esto contrasta con la actitud en que aparece en la Carta a un Ministro, donde le exige, como signo de amor a Dios y a la persona del Santo, este modo de comportarse: Que no haya ningún hermano en el mundo, por pecador que sea, que, después de ver tus ojos, se aparte jamás sin tu misericordia, si es que la pide; y si no la pidiera, pregúntale tú si la quiere. Y si se presentase mil veces ante tus ojos, ámalo más que amí para llevarlo así al Señor y poder apiadarse siempre de ellos (CtaM 9-11). Francisco sabe que el diálogo es un don; por ello ni lo exige ni se jacta de poseerlo, simplemente lo pide incesantemente al Señor y trata de cultivarlo como mejor puede. 5. fa. SEÑOR ME DIO HERMANOS Si el encuentro con Dios le permitió a Francisco no sólo sentirse llamado a la vida sino a una vida de Evangelio, la nueva sensibilidad por detectar los
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