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EL DIÁLOGO EN FRANCISCO DE ASÍS 109 cosa no nos sale tan espontánea. Esa oscura tendencia a dominar cuanto nos rodea, nos impide abrirnos y ofrecer nuestro ser, tal como es, para recibir al otro que se nos entrega, también, desde sí mismo. La cosa se complica cuando el Dios que le está llamando es trasparente y dialógico en sí mismo. Es entonces cuando surge esa especie de abismo entre Dios y él que hace imposible cualquier encuentro si no fuera porque la llamada del Señor es eficaz y sanante. 4. EL HOMBRE HECHO A SU IMAGEN En el encuentro o diálogo con Dios se le va desplegando no sólo que Dios es diálogo, sino que toda la realidad goza del marchamo de esa cualidad divina. La vida y sus criaturas se le manifiestan como algo valioso y rebosante de sentido. Ahora comprende que su vida es una constante respuesta a la llamada que le hace el Señor, no sólo al llamarle a la existencia sino al animarlo continuamente para que camine hacia su plenitud. En este encuentro deslum– brante y gozoso Francisco sólo acierta a responder dando gracias por tanta maravilla. El capítulo 23 de la Regla no bulada es una especie de manual para practicar correctamente el diálogo a todos los niveles, pues en él se nos dice que tanto Dios como sus criaturas son y viven del diálogo, y que, por tanto, toda la realidad es dialógica. La única respuesta cabal ante esta manifestación es el agradecimiento y la alabanza ante tal Señor que nos rodea de valores para que entremos en contacto con ellos y nos realicemos, a imagen de Dios, creando nuevos valores que nos permitan madurar como personas. La experiencia de Francisco de que Dios es amor, y un amor en diálogo, le lleva a la conclusión de que su vida debía ser una respuesta a la llamada amorosa de Dios. Su existir comenzó cuando el Señor le nombró en voz alta: ¡Francisco!, y el corazón divino asintió: que exista. Desde entonces arrancó su historia como un ser creado para la felicidad. El compartir la vida con otras personas y criaturas de la naturaleza le daba a entender que, lo mismo que pasaba en Dios, se sentía realizado alternando con los demás; que había heredado de Dios el ser diálogo como Él. Pero no se conformó con ser igual que los otros y se cerró en banda, negándoles su dignidad y, por tanto, el que pudieran ofrecerle algo valioso. Él era más que nadie; por eso tenía que dominarlos y utilizarles, aunque fuera con violencia, como objetos que se aprovechan sin tener que pedirles permiso. Pero la euforia momentánea de sentirse dueño absoluto de su destino duró poco. La soledad y el sinsentido ensombrecieron su existencia; así no se podía vivir.

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