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108 JULIO MICÚ, OFMCAP donde se la llama. Sin embargo, esta vocación por vivir no se agota en el nacimiento. Estamos llamados a crecer y madurar nuestro proyecto de hom– bres; y esto requiere, en principio, ser conscientes de que hemos sido y segui– mos siendo llamados. Pero esto no basta. El sabernos llamados a un diálogo personal con Dios puede convertirse en una trampa por falta de mediaciones. De ahí que la cultura nos ofrezca unos valores determinados para realizarnos como personas; unos valores que hace falta descubrir, jerarquizar y optar por los que más se acomoden a la imagen de hombre que queremos ser. El hombre, por tanto, es un ser de encuentro y diálogo con los valores que le rodean; y más en concreto, con los valores que hemos elegido para configu– rar nuestra personalidad. Podemos rechazar esta dimensión humana y cerrar– nos en nuestra propia soledad; pero podemos también aceptar nuestra condi– ción dialógica y optar por un trabajo de conocimiento y reconocimiento de nuestra realidad para abrirnos y comunicarnos con nuestro entorno. Los años de crisis del propio Francisco denotan su voluntad de ser una respuesta coherente a la llamada que le hace el Seií.or, aunque para ello tenga que descender hasta su interioridad y empezar a reconstruir su propia vida. El reconocerse como ser indigente que necesita de los demás le permitirán sensi– bilizarse ante los pobres y reconocer su dignidad como portadora del amor de Dios hacia él. El test para conocer su actitud ante los demás, sobre todo ante los que no cuentan, son los leprosos. Mientras había utilizado a los demás en función de su propio goce y provecho, los leprosos le resultaban insoportables y había que ignorarlos. Pero al cambiar de actitud y respetar el propio ser de los demás, los leprosos se convirtieron en el sacramento de la humanidad dolorida y visitada por el amor sanante de Jesús. Aceptando a los leprosos se aceptaba a sí mismo reconociéndose necesitado de la presencia de los demás como seres valiosos y enriquecedores de su propia persona. El símbolo de los leprosos corno fermento de su cambio o conversión ilumina el proceso de apertura y sensibilización hacia los valores que configu– ran su entorno. La llamada del Señor a través de los leprosos le despierta a una visión nueva de sí mismo y de cuanto le rodea. Descubrir que la persona, en cuanto imagen de Dios, es fruto del diálogo y está llamada a realizarse desde la comunicación y el encuentro, fue para él la revelación de su vocación y destino. En adelante no cesará de intentar el diálogo consigo mismo y con los demás, hasta extenderlo a la misma naturaleza y, sobre todo, hasta Dios, el eterno diálogo y dialogante, que comparte su ser comunidad llamando a una existencia compartida a todos los seres que forman la naturaleza. El «Quién eres Tú ... y quién son yo» del que hablábamos antes, nos puede dar una idea sobre la relación, o el diálogo, de Francisco y su Señor. Aunque vengamos del diálogo y, por naturaleza, maduremos a fuerza de diálogo, la

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