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EL CARISMA FRANCISCANO DE ASÍS 231 por el Credo, el cual no contiene todas las «verdades de fe» ni, por su– puesto, los sacramentos. 126 El examen sobre la fe no se reduce a comprobar teóricamente el conoci– miento que de ella pudiera tener el candidato, sino que, además de creerlo, se exigía «profesarlo fielmente y guardarlo firmemente hasta el fin». La confesión de la propia fe era un elemento constituyente de la vocación del Hermano Menor; dentro de su programa estaba el «martirio» como testimonio, por eso uno de los modos de estar entre los infieles era «no promoviendo disputas ni controversias, sino sometiéndose a toda criatura por Dios y confesando que eran cristianos» (1 R 16, 6); confesión que podía llegar a provocar la muerte y a poner a prueba la consistencia de la propia vocación como Hermano Menor. 127 Pero, sin ir tan lejos, la exigencia de una fe práctica en el candidato era imprescindible a la hora de optar por la «forma de vida» franciscana, puesto que, en realidad, no se trataba más que de enfrentarlo con la «vida del santo Evangelio» a la que debía dar una respuesta desde su más profundo ser de creyente. c) Situación de libertad A la comprobación de una fe firme, no sólo en confesarla, sino también en practicarla, sigue la averiguación del estado del candidato. Este alambicado fragmento proviene del derecho canónico entonces en uso y detalla las condi– ciones que se deben dar para el ingreso de los casados en la Fraternidad. Para que los candidatos que «tienen mujer» puedan ser recibidos a la Orden, se les exige dos cosas: o que sus esposas hayan entrado en algún monasterio o que les hayan dado licencia -con el permiso del obispo diocesano- para entrar en religión, habiendo hecho las mujeres voto de castidad y estando, por su edad, fuera de toda sospecha. 128 Las Decretales de Graciano ya regulan estos 126 Tradicionalmente también se ha venido estudiando aparte en los cursos teológicos el de fide y el de sacrementis. 127 Cf. L. IRIARTE, «Spiritualitii. missionaria francescana», en Missione nuova in un mondo nuovo, Bologna 1979, 80; lDEM, «El martirio, meta del seguimiento de Cristo, según S. Buenaventura», en San Bonaventura maestro di vita francescana e di sapienza cristiana. Atti del Congresso Internazionale ... » III, Roma 1976, 335-349. 128 2 R 2, 4; Cf. F. DE ALDEASECA, De admissione Novitiorum, Vallisoleti 1951, 46-55. En este caso, aunque el matrimonio contraído hubiese sido consumado, el varón podía entrar en Religión. Los casados que no lo habían consumado, aunque se les opusiera la mujer, podían también entrar en Religión, puesto que se creía que la profesión religio– sa disolvía el vínculo matrimonial. Cf. O. SCHMUCKI, De initiatione, 182.
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