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SEMBLANZA DEL P. LÁZARO IRIARTE (1913-1997) 289 Vislumbramos algo, pero sus últimos secretos fueron suyos. Un dolor lacerante fue la enfermedad de su hermano capuchino. Alguna vez le oí una frase como un quejido, que podía ser así: Dios sabe lo que esto me hace sufrir. Su hermano el padre Lorenzo de Aspurz (más tarde padre Jesús Iriarte), como estudiante teólogo había sido alumno suyo; cantó misa en diciembre de 1947. Era un hombre emprendedor, lleno de dinamismo apostólico; se especializó en ciencias sociales de cara al ministerio. Fue a Ecuador en 1953 y tuvo que regresar en 1961, por los claros signos que había dado de un desequilibrio esquizofrénico, que se descubrió era algo profundo e incurable. En la provin– cia fue sometido a tratamiento psiquiátrico, e incluso tuvo que ser internado por temporadas, siendo en verdad edificante en su comportamiento sacerdo– tal. Padecía una manía persecutoria, y pensó que trabajando en el clero secular se vería liberado. Tanto le insistió a su hermano, el padre Lázaro, que al fin éste se decidió a tratar del asunto con el padre Provincial y el Arzobispo de Pamplona. Pero el doctor Soto no veía la solución en un cambio de vida. Felizmente no se dio este paso. Y el padre Jesús fue un capuchino ejemplar, silencioso, recluido en el convento, colaborando con escritos, cuya proceden– cia se ignoraba, como los artículos acerca del padre Esteban de Adoáin, con seudónimo en la revista de El mensajero de San Antonio o el calendario de san Antonio de Zaragoza. Murió con otro compañero misionero de Ecuador, padre Rogelio Ballona, atropellados por un autobús en Zaragoza cuando volvían de orar en El Pilar en el día de La Porciúncula (1991). En el funeral celebrado en Sangüesa, el padre Lázaro leyó la homilía del siguiente domingo, que su hermano había dejado preparada. Era sobre el maná del desierto y la Eucaristía en el desierto de la vida. Ni que hubieran sido palabras proféticas para este momento. Cuando así hablaba, poniendo en sus labios palabras escritas por su hermano -lo recordamos bien- lloró... , no pudo menos de ahogar sus lágrimas en un sollozo. Sirva este recuerdo para asomarnos a algo que pasa dentro, que a lo mejor no contamos o, más bien, ni podemos contar. BIEN, SIERVO BUENO Y FIEL Tras una conversación que tenían en la Curia provincial de Pamplona los hermanos Aurelio Laita, definidor general de la Orden, residente en Frascati, y Eleuterio Ruiz, ministro provincial, recibí el encargo de viajar unos días a Frascati-Roma y recoger la celda del padre Lázaro, cometido que cumplí en los primeros días de febrero. Entré en la estancia del querido padre Láz.aro con sagrado respeto, porque iba a tener en mis manos lo que de repente el hermano difunto había dejado en la tierra, llamado por su Señor al venir la noche. Todo
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