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274 RUFINO M. GRÁNDEZ un libro que había de ser un Manual de Historia Franciscana. Con este título salió a la luz en 1954. Fue un gran acierto. Mejorado en ediciones posteriores y cambiando el título por el más simple de Historia Franciscana, es hoy la obra clásica sobre el tema, traducida al inglés, italiano, portugués y alemán... Por esta obra es hoy el padre Iriarte un meritísimo autor internacional. La «Academy of American Franciscan History» de Washington lo asoció a sus miembros (1952), lo mismo que la «Societa Internazionale di Studi Francescani» de Assisi (1972). En el curso de sus años de profesor el padre Lázaro hizo una opc10n personal: dejar de lado una dedicación a aquellas investigaciones históricas de archivo en la línea de su tesis -que podría haber sido una autoridad en la historia misional de los siglos xvn, xvm, xrx-y decantarse por la espiritualidad franciscana, supuesta la base de conocimientos del citado manual. La espiri– tualidad franciscana va a ser el nuevo venero que centre sus trabajos poste– riores. HISTORIA DE MARÍA, OTRO LIBRO MUY SIGNIFICATIVO (1957) Cuando seamos viejos, decía un compañero de mi tiempo, leeremos la Introducción de Historia de María para recordar: Así era el padre Lázaro. Y es verdad. Este libro, que entre las obras del padre Lázaro, es una filigrana literaria, porque ahí puso todo el primor de la buena prosa que tenía, es un acta de sus convicciones sobre cómo entendía él la historia y los ecos de la historia en la tradición y la leyenda. Es un retrato de su talante integrador, abierto a lo bello y transcendente, despierto para otear el futuro siempre con esperanza. El libro no ha tenido más que la edición de salida, en torno a un año mariano, mas para nuestro objetivo de retratar a un hermano difunto, cuyo recuerdo pervive, es altamente significativo. Por otra parte, este libro es un testigo de su piedad filial a María. La ternura y la poesía van apegadas a la devoción a la Virgen que se nos ha enseñado. AQUELLOS AÑOS DE FORMADOR De cara al Colegio el padre Lázaro era un formador de una personalidad muy marcada. Las decisiones aquellos años se tomaban no tanto por consenso del claustro, sino por la iniciativa del director. No eran los tiempos del «capítu– lo local» en la «fraternidad», y las reuniones familiares de profesores escasea– ban. Pero sí que se fomentaban -y el padre Lázaro era entusiasta colaborador y promotor- las reuniones provinciales de profesores, como han quedado

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