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216 JULIO M!CÓ Jesucristo. Y los hermanos que trabajan en su adquisición recibirán gran recompensa, y se la hacen ganar y adquirir a los que se la dan; porque todo lo que dejen los hombres en el mundo se perderá, pero tendrán el premio del Señor por la caridad y las limosnas que hicieron» (1 R 9, 1-9). En una Fraternidad donde el único medio de subsistencia era el trabajo manual no necesariamente remunerado, sólo quedaba una salida, y era el recurso a la limosna. Pero conviene recordar que, si bien es verdad que la Fraternidad acogía tanto a clérigos como a laicos, permaneció ajena a toda participación en funciones estrictamente clericales, rechazando también, como es lógico, la reivindicación de las «décimas» o las limosnas reservadas a los clérigos. Por eso no es justo meter dentro del pauperismo clerical la práctica mendicante de la fraternidad, puesto que Francisco la recomienda solamente cuando sea necesario, después de haber trabajado; y, entonces, no como los clérigos sino como los otros pobres. Francisco radica ei fundamento de la mendicidad en el seguimiento pobre y humilde de Jesús. Un seguimiento que hace inteligible el vivir gozoso solamente con lo imprescindible y les posibilita la solidaridad real con los pobres reales. El recuerdo de un Jesús, Hijo de Dios, convertido en pobre peregrino y mendicante, juntamente con la Virgen y sus discípulos, 280 es la única fuerza para vencer el sonrojo de tener que ir de puerta en puerta mendigando lo necesario para vivir. La limosna representa la herencia y justicia dejada a los pobres y que, según Francisco, nos consiguió nuestro Señor Jesucristo; 281 pero, al mismo tiempo, tiene también sus límites, como el no recibir más de lo necesario. 282 280 Esta imagen de Cristo pobre es historizada por Francisco de un modo absoluto hasta hacerlo «mendicante». Ya Esteban de Muret, en su Regla, exhortaba a sus discípu– los a que, olvidándose de sí mtsmos, procuraran entrar en comunión con Dio~, para que siendo pobres en este mundo, como El lo fue, devengan ricos para siempre, como El es eternamente (Regula Grandimontensis, c. 14, en MIGNR, PL 204, 1136); pero la mendicidad y la precariedad no eran esenciales en su programa (cf. C. PALLISTRANDI, «La pauvrete dans la Regle de Grandmont», en Etudes sur l'hístoíre de la pauvrete (Moyen Age-xv1e siecle) sous la direction de M. MOLLAT, I, París 1974, 219-244). Sobre la imagen evangélica que se hizo Francisco de Cristo puede verse E. DELARUELLE, «Saint Franc;ois d'Assise et la pieté populaire», en San Francesco d'Assisi nella rícerca storica, pp. 124-155. Para hacerse una idea más exacta hay que tener en cuenta la tradición de las obras de misericordia tendentes a concretizar la figura de Cristo en el pobre, el peregrino, el hambriento, el desnudo, etc. Cf. S. DA CAMPAGNOLA, La povertá nelle «Regulae», p. 231. 281 Cf. M. MoLLAT, «Pauvres et pauvrete a la fin du xu siecle», en Rev. d'ascét. et myst. 41 (1965) 306 ss. 282 En esta visión hay una demanda de justicia para el pobre que basa en un preciso «deber» la práctica de la mendicidad: un concepto que se profundiza en la afirmación de Francisco: Jamás fui un ladrón; quiero decir que de las limosnas, que son la

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