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«VAMOS A NUESTRA MADRE LA IGLESIA ROMANA» (TC 46) 201 afirmativamente: «Es convenientísimo que se hiciera y, para nosotros, el creer– lo.» Y ello «por la dignidad de quien la impetró, la utilidad de los fieles, la sublimidad del estado evangélico ligado a la Porciúncula, la evidente credibili– dad de los testigos, la magnificencia altísima de quien la concedió, o sea el romano pontífice... ». Se extiende en cada uno de estos argumentos, sin omitir la mencionada visión de los ciegos que se agolpan en busca de luz. Entre los testigos cita al beato Gil de Asís, que solía repetir, aunque sin mencionar la Indulgencia: «Si el mundo conociese la abundancia de gracias preparadas en este lugar, acudirían aquí, no sólo de las regiones vecinas, sino de los confines del mundo, y no sólo los fieles, sino aún los infieles.» Afirma, finalmente, el hecho innegable de las multitudes de peregrinos que llegan de todas las partes del mundo. 3 No obstante seguía pesando en la opinión la duda sobre la autenticidad histórica de la concesión de la Indulgencia y, por lo tanto, sobre su valor canónico. Por io cual, en 1310, el obispo de Asís Teobaldo, franciscano, se vio en la necesidad de publicar un documento de autoridad como respuesta «a la maledicencia de algunos detractores». En este diploma nos hallamos, por primera vez, ante un relato detallado del modo como la Indulgencia fue obtenida por san Francisco del papa Honorio III, hallándose éste en Perusa. Interesa la objeción puesta en boca de los cardenales para desaconsejar al papa: «Mirad que, si concedéis semejante indulgencia, haréis desaparecer la de Tierra Santa y dejaréis sin ningún valor la de los apóstoles Pedro y Pablo.» En el relato se da implícitamente la razón de la ausencia de un diploma pontificio, que hubiera bastado para hacer callar a los opositores: Francisco no lo consideró necesario. Habría dicho al pontífice: «La Virgen María será el papel, el notario será Cristo y los ángeles serán los testigos.» Hay que reconocer que todo el documento da la impresión de un montaje tardío, críticamente inconsistente, que tiene como base el testimonio de fray Maseo, llegado a través de un sobrino de éste, por nombre Marino, fallecido hacia el año 1307, cargado de años y de méritos. El diploma del obispo termina insistiendo, como la apología de Olivi, en el hecho innegable de la afluencia de peregrinos que llegan «de Italia, de Francia, de España y de otras naciones»; y todo eso a ciencia y conciencia de toda la Curia Romana; más aún, «el mismo Bonifacio VIII, en nuestros días, ha enviado a esta Indulgencia algunos repre– sentantes oficiales para que predicasen solemnemente en su nombre el día del Perdón». 4 3 P. PÉANO, «La "Quaestio fr. Petri Johannis Olivi" sur l'Indulgence de la Portiuncule», en Arch. Franc. Híst. 74 (1981) 36-76. 4 El original del documento, hallado en el Archivo del Estado de Perusa, fue

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