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198 LÁZARO IRIARTE católica y apostólica». Son enumerados y especificados todos los componentes del pueblo de Dios. Y concluye: «Ya todos los pueblos, gentes, razas, lenguas (cf. Ap 7, 9) y a todas las naciones y a todos los hombres de la tierra, que hay y que habrá: todos nosotros los hermanos menores, servidores inútiles, rogamos y suplicamos humildemente que perse– veremos todos en la verdadera fe y en la penitencia, ya que de lo contrario nadie puede salvarse» (1 R 23, 7). Teniendo presente esta perspectiva teológica de Francisco, comprendemos su postura inhibitoria en el clima inquisitorial existente contra los herejes, como también su impulso incontenible a ir al encuentro de los infieles en plena campaña de la cruzada. Ese mismo instinto de fe, que le hacía ver el misterio de la redención presente y operante en todo el mundo, le daba la convicción de que Dios no hace discriminación (Rom 2, 11; Ef 6, 9; Col 3, 25); por lo tanto, la gracia de la conversión es ofrecida a todo hombre de voluntad recta, aun cuando se halle en el error. Los historiadores hacen notar la ausencia de invectivas contra los herejes en los escritos y en la predicación del Santo, en una coyuntura de verdadera psicosis del peligro heterodoxo en toda Europa. Ni siquiera los biógrafos le atribuyen un gesto o un milagro polémico contra los herejes, como en cambio se refieren de san Antonio y de otros santos del tiempo. Y no es que Francisco ignorase la existencia de las sectas; consta que en el mismo valle de Spoleto a7bía algún foco de catarismo. Él se preocupó, eso sí, de que su fraternidad estuviera inmune del contagio (1 R 19, 1 s.; 2 R 2, 2; Test 31), afirmó con énfasis lo que los herejes negaban y, sobre todo, profesó adhesión y sumisión a la santa Iglesia Romana (2 R 12, 3 s.). 1 En esa misma panorámica de la fe de Francisco comprendemos, sobre todo, sus viajes misioneros de cara al enemigo común: cuando era persuasión general que entre los sarracenos se va o para matar o para morir mártir; él se propuso demostrar que hay otro camino más evangélico. Después de dos intentos sin éxito, por fin consigue, en Damiata, franquear la línea de encuen– tro armado entre la cruz y la media luna, llegar a la presencia del sultán Melek– el-Kamel y ganarse su amistad. Los biógrafos de la Orden, Tomás de Celano y san Buenaventura presen– tan esa empresa como un fracaso: el Santo no logró ni convertir al sultán ni 1 Cf. K. EssER, «Francisco de Asís y los cátaros de su tiempo», en Sel Fran 13-14 (1976) 145-172; L. IRIARTE, «Presencia penitencial y profética del hermano menor», en Laurentianum 26 (1985) 805-807; Sel Fran 44 (1986) 175-225; lDEM, «Francesco d'Assisi di fronte ai movimenti evangelici del tempo», Laurentianum 37 (1996) 245-266.

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