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«VAMOS A NUESTRA MADRE LA IGLESIA ROMANA» (TC 46) 197 esquemas entonces en vigor, que limitaban el ámbito de la salvación a los confines de la Christianitas europea y, dentro de ésta, a la pura ortodoxia oficial. En la fe de Francisco lo que determina la posición de los hombres ante el plan salvífico de Dios y la reconciliación en Cristo es la actitud penitencial, sea que pertenezcan de hecho a la Iglesia visible sea que reciban el beneficio del misterio universal de salvación, que es la misma Iglesia, sin formar parte de su estructura social. Los habitantes del mundo se dividen entre los que hacen penitencia y los que no hacen penitencia. El modelo de exhortación penitencial en forma de loa juglaresca, que propone en la regla no bulada a todos los hermanos, clérigos y no clérigos, para que la anuncien «entre cualquier clase de gente», según la oportunidad, se abre con la invitación a la alabanza de Dios, sigue el reclamo a la conversión y termina en forma similar a la última estrofa del cántico de las creaturas: «Dichosos los que mueren en penitencia, porque estarán en el reino de los cielos. ¡Ay de aquellos que no mueren en penitencia, porque serán hijos del diablo, cuyas obras hacen!» (1 R 21, 1-8). Así era la predicación de Francisco, de la cual tenemos un ejemplo en la Carta a los fieles. Se conservan dos redacciones; en la más breve, que pudo ser la más antigua, el mensaje se divide en dos partes: la prirnera describe la felicidad de «los que viven en penitencia»; la segunda presenta la desgracia de «los que no viven en penitencia». La redacción amplia ofrece una idea de lo que era fundamentalmente la dinámica del sermón, enderezado siempre a la conversión. La universalidad del mensaje aparece en la enumeración de los destinatarios: «A todos los cristianos: religiosos, clérigos y laicos, hombres y mujeres; 11 todos los que habitan en el mundo entero: el hermano Francisco, servidor y súbdito suyo, mi obsequioso respeto, paz verdadera del cielo y caridad sincera en el Señor. Puesto que soy servidor de todos, a todos estoy obligado a servir y a suministrar las perfumadas palabras de mi Señor... » (CtaF 1 s.). El grandioso capítulo 23 de la regla no bulada, cuya inserción pudo haber sido contemporánea a la redacción de la misma carta, comienza con un himno a la historia de la salvación, que termina con la invitación a la Iglesia del cielo a tributar a la Trinidad la debida acción de gracias. Sigue luego un singular mensaje «a todos los que quieren servir al Señor Dios en la santa Iglesia

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