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196 LÁZARO IRIARTE que, a la lectura del evangelio de la misión, descubrió la «forma de vida» trazada por el designio divino: «Desde aquel momento comenzó, con gran fervor de espíritu y rebosante de júbilo, a predicar a todos la penitencia... Su palabra era como fuego ardiente que penetraba en lo íntimo de los corazones y producía gran admiración en todos» (1 Cel 23). A diferencia de la predicación doctrinal, reservada al clero debidamente autorizado y hecha en latín, existía la predicación «penitencial», sencilla invi– tación a la conversión, que estaba permitida a los laicos y se hacía en lengua vulgar. La de Francisco añadía el encanto de la lauda provenzal, lo que le hacía sintonizar con la cultura de masa de su tiempo. Por otra parte el saludo de paz con que encabezaba su mensaje creaba el clima evangélico de reconciliación con Dios y con el prójimo. Sería el secreto de su misión pacificadora. No bien tuvo los primeros compañeros, hizo de ellos otros tantos mensaje– ros de la penítencia-conversíón. Su anhelo de heraldo evangélico iba más allá del valle de Spoleto, más allá de la Umbría y de Italia, más allá de los confines de la cristiandad. Cuando el grupo llegó al número de ocho, los mandó de dos en dos, diciéndoles: «Id, carísimos, por las varias partes del mundo y anunciad a los hombres la paz y la penitencia para remisión de sus pecados, seguros de que el Señor cumplirá su designio y mantendrá sus promesas» (1 Cel 29). Transcurrido satisfactoriamente el primer año de experiencia, Francisco puso por escrito, «con pocas y sencillas palabras», lo más elemental del pro– yecto de vida; y un día dijo a sus once compañeros: « Vamos a nuestra Madre la santa Iglesia Romana, y refiramos al sumo pontífice lo que el Señor ha empezado a hacer por medio de nosotros para que, de voluntad y mandato suyo, prosigamos lo comenzado» (TC 46). Tanto como la confirmación de la «forma de vida» llenó de gozo al funda– dor la misión pontificia de ir por el mundo llevando el mensaje penitencial. Inocencio III les dijo al despedirles: «Id con Dios, hermanos, y predicad a todos la penitencia como el Señor se digne inspiraros» (1 Cel 33). La experiencia personal de la gratuidad del don de la conversión y del efecto que su mensaje producía en toda clase de gentes llevó al Poverello a elaborar, por decirlo así, una concepción teológica original, diversa de los

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