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LÁZARO IRIARTE, OFMCap «VAMOS A NUESTRA MADRE LA IGLESIA ROMANA» (TC 46) La familia franciscana de cara al año 2000 Publicado en Italia Francescana 72 (1997) 31-48. Roma, capital del mundo cristiano, se está preparando, una vez más, para el Año Santo; pero esta vez de modo excepcional. La promulgación del gran Jubileo, hecha por Juan Pablo II mediante la encíclica Tertio millennio adveniente, del l.º de noviembre de 1994, ha comunicado profundo contenido religioso a un acontecimiento cronológico que, por sí mismo, reviste singular impor– tancia. Esa misma proyección religiosa evoca el año jubilar que el pueblo hebreo celebraba cada cincuenta años. Consistía en el restablecimiento de la igualdad de origen: las propiedades rurales, ocupadas o empeñadas, volvían a sus antiguos poseedores, eran perdonadas las deudas, recobraban los esclavos la libertad (Lv 25, 8-17; Dt 15, 12). En el jubileo cristiano se trata de cancelar las deudas contraídas con Dios, mediante el ministerio de la reconciliación, realizada en Cristo (cf. 2 Cor 5, 18-21), y la «satisfacción de obra». Fue la conciencia de este débito de saldo «tempo– ral» la que dio origen, como es sabido, al recurso de las indulgencias, parciales o plenarias, que la Iglesia asignaba a ciertos actos realizados con espíritu de expiación. I. EL MENSAJE PENITENCIAL FRANCISCANO EN SU DIMENSIÓN ECUMÉNICA Francisco recuerda en su Testamento cómo tuvo origen su aventura evan– gélica, cuando el Señor le concedió la gracia de iniciar su vida de «penitencia». Fue entonces cuando, como tantos otros convertidos, peregrinó por primera vez a Roma, meta del perdón, como un peregrino más fue a postrarse ante la tumba de san Pedro (2 Cel 8); a esa visita estaba anexa la indulgencia plenaria. La propia experiencia de convertido vino a ser mensaje penitencial el día en

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