BCCCAP00000000000000000001485

202 LÁZARO IRIARTE Así y todo todavía hubo necesidad de nuevas apologías en el curso del siglo XIV, como el Tractatus de Francisco di Bartola y el libro De conformitate de Bartolomé di Pisa. El Perdón de Asís, como era designado popularmente, continuó atrayendo cada año miles de peregrinos, con el consentimiento no sólo tácito, sino explí– cito de la Sede apostólica. A partir del siglo xv, sucesivos indultos pontificios fueron extendiendo el privilegio a las iglesias de la Primera, Segunda y Tercera Orden. En virtud de un breve de Pío X del 11 de abril de 1909 y de otro de Benedicto XV del 16 de abril de 1921, la indulgencia plenaria de la capilla de la Porciúncula, en Asís, limitada hasta entonces a la fiesta, 2 de agosto, fue extendida a todos los días del año. Los últimos documentos pontificios sobre la indulgencia de la Porciúncula son el breve de Pablo VI de 1966 y el decreto de la Penitenciaría apostólica del 15 de julio de 1988, aplicando al Perdón de Asís la disciplina actual sobre las indulgencias. III. EL PRIMER JUBILEO UNIVERSAL DEL AÑO 1300 El papa Bonifacio VIII (1294-1303), profundamente compenetrado con su misión de vicario de Cristo, no sólo en lo espiritual sino aun en lo temporal, vio en el paso del uno al otro la ocasión para atraer a la ciudad eterna una gran afluencia de peregrinos de toda la cristiandad. Con la bula Antiquorum habet fidem del 22 de febrero de 1300 proclamó un año jubilar, inaugurando así los Años Santos que habían de celebrarse cada cien años. Más tarde sería celebra– do cada cincuenta años, según el uso judío, y en época moderna cada veinticin– co años. La indulgencia plenaria estaba reservada a las dos basílicas de san Pedro y san Pablo de Roma. Era condición para lucrarla, además de la confe– sión sacramental, realizar treinta visitas a ambas basílicas, para los romanos, y quince para los peregrinos llegados de fuera. El éxito superó todos los cálculos. Parecía que toda la cristiandad se hubiera visto sacudida de una improvisa necesidad de expiación y de renova– ción. En Roma hubo que tomar medidas para regular el tráfico de los peregri– nos. Se pudo comprobar lo que significaba el sucesor de Pedro, fuera quien fuera, para el común de los fieles; y esto no obstante la prevención existente contra Bonifacio VIII en algunos sectores políticos y eclesiásticos, sostenida por los franciscanos «espirituales» por razón de su comportamiento con san Celestino V. publicado en Il notariato a Perugia, Roma 1973, 285-288. Cf. R. RuscoNI, «Genesi e propaganda del Perdono di Assisi», en Francesco d'Assisi. Storia earte, Milano 1982, 159- 164; L. CANONICI, San Francesco e il Perdono di Assisi, Ediz. Porziuncola 1993.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz