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«fitos PRESENTE EN SAN FRANCISCO» 397 a describir siguiendo al filósofo, nos topemos reiteradámente con esta ex– periencia fundamental. Es lo que advertimos en su reflexión sobre el primer rasgo: la pobreza franciscana. Lavelle percibe que la pobreza franciscana es una virtud de la que otras muchas dependen, en acuerdo con el común de .los franciscanistas. Pero en sus análisis va más lejos de lo que comúnmente se piensa de esta virtud. En efecto, vinculado a su ontología de la presencia total como meta, La– velle afirma que la pobreza va unida siempre a 1a simplicidad del alma por la que ésta se pone en manos de Dios sin preocupación ulterior alguna, «sans arriere-pensée», dicho en el mismo lenguaje de Lavelle. Entonces el alma, desnuda y libre, adquiere esa: suma: sabiduría que fa capacita :\jara dirigir su mirada puta y sencilla a la Transcendencia. Esta pobreza va agrandando paulatinamente en el alma ese vacío que reclama a Dios y que sólo por él puede ser llenado. La pobreza, que Lavelle tiene primariamente en su mente, no es la de bienes materiales, sino la que nos da una con– ciencia viva de que somos metafísicamente real indigencia. Ahora bien, cuanto más el alma recala en su radical indigencia, tanto más ·crece-en ella el sentimiento vivo de lo eterno que se le ofrece· y que ya inicialmente puede comenzar a gustar. Por su minoridad, rasgo social de la pobreza franciscana, todo hermano menor,· siguiendo a san Francisco, prepara la pendiente por la que Dios desciende hasta él. Entonces, en dulce intimidad, tiene lugar la máxima revelación de la Transcendenciá. La presencia mutua de Dios y del alma tiende a hacerse total (CS, pág. 65). Mas si la pobreza prepara el descenso de Dios a la conciencia, tiene iguailmente una influencia decisiva en el modo de considerar el mundo, las cosas creadas. Lavelle advierte que para la mayor parte de los humános estas cosas vienen a ser obstáculos para que el «yo» pueda lograr esa expe– riencia fundamental por la que el Absoluto se hace presente. Esto proviene del apego que se tiene a las cosas. En metafísica, el mundo carece de valor en sí. Es una realidad radicalmente contingente, en total' dependencia del Absoluto. Pero la riqueza, en cuanto amor a lo perecedero, motiva el que la visión auténtica se diluya, mostrando a las cosas con una consistencia de la que radicalmente carecen. Sólo la pobreza, en su misión peculiar, hace clarividente el verdadero ser de las cosas, al mostrarlas en su consti– tutiva inanidad. El apego a ellas las deforma, desvinculándolas de su Ha– cedor y dándoles una consistencia de la que carecen. La pobreza, por el contrario, las muestra en su virginal momento, como cuando salieron de las manos bondadosas de Dios. De esta suerte la pobreza transparenta las cosas, transformándolas de opacas respecto de Dios en claras y luminosas, en mos- tración patente de su bondad (CS, pág. 66). · Por ello, en un segundo momento, después que la pobreza ha transpa– rentado la creación entera, haciendo de ella un reflejo de Dios, la convierte en luminosa senda :para ir a él. Este segundo momento lo analizaremos con mayor detención en el apartado siguiente. Baste ahora advertir la conexión entre la pobreza franciscana y la contemplación de la naturaleza como cami– no hacia lo Eterno. Ahora, como conclusión de este análisis sobre. la po-

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