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«DIOS PRESENTE EN SAN FRANCISCO» 395 lo perciben. En el santo «el mundo adquiere entonces una suerte de trans– parencia», escribe lapidariamente Lavelle. Al santo debemos el que el mundo se transforme de opaco y borroso en luz de alborada que preanuncia el mediodía de la PRESENCIA TOTAL (CS, pág. 51). 11 3. PERSONALIDAD DE SAN FRANCISCO L. Lavelle se acerca desde su ontología a la personalidad de san Fran– cisco para clarificarla. Algo previo a esta clarificación es advertir que en esta ocasión el vocablo personalidad no hay que tomarlo en el sentido usual en psicología, que lo aplica a todo hombre que ha logrado su madurez hu– mana. En sentido lavelliano la personalidad es algo que siempre se halla in fieri, siempre a la conquista de una nueva perfección. El «yo», punto de partida y referencia en su ontología, según ya hemos dicho, no es nunca el ser hecho, sino el ser que busca su esencia, que la conquista en cada momento. Así ha visto Lavelle a san Francisco. Advierte que un dinamismo interno circula por su personalidad en una incitación permanente a nuevas metas. 12 En este dinamismo interno del santo señala una nota característica que debemos recoger y comentar. Esta nota característica es la irradiación de sencillez y facilidad que emanan del santo. Los pintores han hecho que ten– gamos grabadas en la memoria figuras como la de san Jerónimo, que se hace santo dándose golpes en el pecho con una piedra. Al polo opuesto de esta imagen tenemos que situar a san Francisco. Su santidad ha reco– rrido caminos duros, nos dice Lavelle. Pero ante nosotros se nos muestra como fácil, accesible, como el santo que se halla a nuestra vera para insi– nuarnos un dulce atractivo a ia santidad. Hay santos que dan miedo. Fran– cisco es un santo que atrae y fascina. Ha hecho de la santidad un sendero de subida incitante y prometedora. ¿ Quién no ha creído muy posible el hacerse mejor ante su candorosa ejemplaridad? (CS, págs. 62-63). Lavelle se pregunta por la causa del ascendiente de san Francisco, que se ha irradiado más allá de la Iglesia Católica y de la Cristiandad. Responde que ello es debido a su simplicidad perfecta, al despojo absoluto de su amor propio; a que su renuncia al placer la ha trocado en una sobreabun– dancia de obrar y de amar; a que la aceptación de las debilidades y miserias de nuestra condición vino a ser en él una fuente de riquezas increíbles; a ·que la naturaleza que parecía opaca y tenebrosa la ha envuelto en rayos de 1uz y en lugar de resistir a la gracia, se ha puesto a su servicio; a que el tiempo ya no nos divide sino que preanuncia el encuentro definitivo de la eternidad; a que los desgarros y conflictos de las conciencias han sido milagrosamente apagados (CS, págs. 64-65). 11 La perspectiva filosófica de esta temática se desarrolla ampliamente en su obra La présence totale. 12 Este tema es analizado con amplitud por L. Lavelle en Traité des valeurs.

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