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394 E. RIVERA Algo muy pecu'liar a esta marcha de la santidad hacia el Absoluto en la interpretación de Lavelle es la exaltación de lo «cotidiano». Contra mil formas de desfigurar la santidad, Lavelle la contempla a ras de tierra, a nuestra vera, con nuestra indumentaria, hasta con nuestras propias caídas. La tierra no tiene virtud en sí de hacer germinar santos. Pero en ella se hallan muchos santos posibles que sólo pueden madurar a través de fra– casos, tribulaciones, deficiencias. Pero con esta condición: la de no des– mayar en el camino. De aquí esta frase lapidaria que acotamos en su texto original: «C'est le courage qui fait les saints» (CS, pág. 19). Es de lamentar que la palabra «courage», tan expresiva en francés y en su paralela italiana de «coraggio» no pueda vertirse debidamente por «coraje» en español. «Animo», decimos al muchacho amilanado ante los primeros fracasos de su vida. Este «ánimo» es la mejor traducción de la palabra francesa «courage» como expresión de la actitud decidida y constante del santo en ruta hacia el Eterno Presente. Con su ánimo esforzado va el santo superando las mil tentaciones de sucumbir a lo temporal y desentenderse de lo eterno. Y sólo por esta superación puede lograrse la santidad. La clave de todo este panorama espiritual se halla, según Lavelle, en la conversión interior, por la que el santo dirige su mirada a Dios que se halla en él presente. Esta mirada, impregnada de amor, el santo la derrama sobre todas las cosas. Es entonces cuando el santo no cesa de desvelar lo que son las cosas y cómo éstas tienen una esencia y una significación escon– dida y misteriosa, sólo accesible en esta alta montaña de la vida espiritual. El espíritu del hombre retorna en el santo a su verdadera patria. No es que el santo se evada de este mundo. Al contrario. Es quien más penetra en él, al renunciar a ver las cosas en su superficialidad. El mundo viene a ser entonces el rostro de Dios, el espejo en el que se manifiesta. Esta transfi– guración del mundo sólo la hace posible el santo por su potente conversión interior (CS, pág. 19). Esta conversión interior, por la que el santo sube hasta percibir la pre– sencia total de Dios, la ve realizada Lavelle en diferentes formas. A cuatro de éstas ha estudiado, eligiendo a cuatro santos para su reflexión. En san Francisco de Asís ha visto su admirable capacidad para transformar a toda la naturaleza en un lenguaje por el que Dios nos habla. En san Juan de la Cruz admira los grados sucesivos por los que se llega a la más alta con– templación. En santa Teresa de Jesús advierte cómo se ha realizado en ella la unidad más recóndita y perfecta entre la acción y la contemplación. En san Francisco de Sales, finalmente, ensaya mostrar que en la intimidad más profunda de nuestra alma las tendencias voluntariosas coinciden siem– pre con la abertura hacia los demás por el amor (CS, pág. 53). En todos elios es de notar que son los testigos de la presencia viva de Dios en el mundo. Sus más breves palabras, sus más pequeños gestos pueden hacer estallar esta presencia. Todo en el mundo es milagro, excla– ma Lavelle, en una visión entusiasta del cosmos: desde la hierba que pisa– mos hasta la estrella que relumbra sobre nuestra cabeza. Pero es menester que alguien se encargue de desvelar este milagro a tantos espíritus que no

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