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392 E. RIVERA tencialistas, las juzga una perenne llamada a superarlas y a plenificarlas con valores positivos. Esto es posible porque en el horizonte de la con– ciencia lavelliana aparece el Absoluto, la Transcendencia, que en lenguaje más popular llamamos Dios. Dos notas queremos subrayar en 1a ontología lavelliana sobre Dios. La primera nos muestra a Dios como Acto Puro, causa y razón de todos los demás actos. Terminamos de decir que para Lavelle todo ser es constitu– tivamente acto. Pero mientras que en el «yo» este acto se percibe como limitado, parcial, contingente y sometido al tiempo, la mente percibe la necesidad de otro ser que se halle en Acto Pleno, que sea pura actividad, que en vez de hallarse sometido al tiempo, sea «L'ÉTERNEL PRÉSENT». La segunda nota que Lavelle subraya en Dios es la constante llamada de éste a compartir su creatividad. Esta palabra, clave en su sistema, sobre todo en su vertiente moral, debe ser rectamente entendida según la dis– tinción que él mismo establece entre la creatividad divina y la creatividad del «yo». La primera es tan radical que llega a eliminar la nada. A Lavelle no le gusta este concepto, innegablemente fastidioso en metafísica. Pero no le gusta porque no halla puesto para él en su metafísica de lo real. Es un puro «ente de razón». Y no le halla puesto porque el Acto pleno lo llena todo con la inefable fuerza de su perenne creatividad. Pues bien; de esta creatividad, superación de la nada, ha querido Dios hacer «partí– cipe» al hombre, al ofrecerle las incontables posibilidades con las que se encuentra en su vida. Esta llamada de Dios se traduce en el lenguaje co– rriente por «vocación», En cumplir esta «vocación» se halla la clave de la colaboración del «yo» con el poder creativo divino. Terminamos de aludir a la palabra que señala el cuarto momento de Lavelle en su reflexión sobre el «yo». Esta palabra es «participación». La historia de la metafísica nos dice que es un concepto primero en la inter– pretación de la realidad desde que Platón la concibió como uno de los goznes de su teoría de las ideas. Hasta la escuela tomista, muy opuesta en otros aspectos al platonismo, ha usufructuado sobremanera este concepto. En línea con esta gran metafísica Lavelle recurre a él para dar consistencia a su ontología. Lo peculiar de Lavelle, muy a la altura de su momento his– tórico, es haber visto en la «dialéctica de la participación» el mejor reme– dio para la «dia 1 léctcia de los contrarios». El hombre en su historia no ha de lograr el triunfo por los ásperos caminos de la lucha en la que los com– batientes se truecan en cosas, en meros objetos al chocar unos con otros, sino que la marcha del :hombre debe ser ascenso creciente para lograr que la participación del Absoluto sea cada día más plena. Hasta lograr lo que Lavelle llama en una de sus expresiones ontológicas mejor logradas LA PRESENCIA TOTAL. 10 Es esta presencia total, cúspide y clarificación de su ontología, el quinto y último momento de la reflexión lavelliana sobre el «yo». Admite esta pre- 'º La présence totale: I - La découverte de l'etre, 27-64.

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