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«DIOS PRESENTE EN SAN FRANCISCO» 391 en su periferia. Más grave aún considera la tendencia que desde Parménides agarrota el pensamiento occidental, al contemplar este ser exterior como algo hecho y definitivo, como ser radicalmente estático. Lavelle piensa que el verdadero ser, el que se intuye en el «yo», es siempre un ser en acto, es decir, un ser dotado de inextinguible sed de obrar. Es que el ser real, captado en el «yo», no es nunca un ser hecho, sino un ser que se está continuamente haciendo, siempre en camino hacia el «más allá» de la Trans– cendencia. Este hallarse continuamente haciendo implica una clara con– ciencia de las inmensas posibilidades del «yo». Muchas sendas se le abren al hombre en su recorrido, al intentar actualizar las incontables posibilida– des que descubre la conciencia del «yo». Vemos, pues, que estos tres con– ceptos metafísicos, ser, acto y posibilidad, son aunados por Lavelle en este primer momento de su reflexión ontológica sobre el «yo». Distanciados por otros pensadores, se reclaman mutuamente en esta visión unitaria pro– puesta por Lavelle. 8 En el segundo momento de su reflexión sobre el «yo», Lavelle advierte que este «yo» es constitutivamente libertad. Esta libertad es la raíz del acto que se identifica con el «yo». Por este motivo, el acto humano tiene una gravedad ontológica muy distinta de la que tiene el acto natural. Este es un acto que el ser realiza necesariamente en virtud de un impulso innato. El acto del yo tiene, sin embargo, el gran privilegio de elegir entre las numerosas -posibilidades que se le proponen y de tender a la meta que se ha prefijado. El «yo» tiene capacidad de opción. En esta capacidad se halla la raíz de su grandeza y también de su miseria, según que opte por ascender a lo Absoluto o declinar hacia lo que se halla inferior a sí. El bien y el mal hacen su aparición aquí, dependientes ambos de una liber– tad con omnímoda capacidad de autodeterminarse. Lavelle completa este análisis con una tesis que da en rostro a toda la metafísica clásica. Según ella es la existencia la que construye la esencia. Es decir, con nuestra liber– tad llegamos a ser lo -que queremos llegar a ser, lo cual es darnos la propia esencia. Comparte en esta ocasión la tesis del existencialismo y no se halla lejos de la nomenclatura de J.-P. Sartre. Aunque muy pronto los separa, para no encontrarse, una diferencia radical. Consiste ésta en que para Sartre no hay valor absoluto dado, sino que todo valor es hechura de la propia libertad. Mientras que para Lavelle los valores absolutos no sólo son algo en sí sino que el poner proa a los mismos es la gran faena de la libertad en su conato por lograr la plena realización de su esencia. Veremos muy pronto que es en el santo donde esta realización adquiere una máxima madurez. 9 En un tercer momento, Lavelle constata que su «yo» es una radical deficiencia, pese a sus inmensas riquezas. Pero en vez de sentir estas defi– ciencias como una caída o un fracaso, según piensan en su angustia los exis- ' Este análisis y los que siguen intentan ofrecer la línea central de la obra de Lavelle, De l'acte, tal vez la más importante del pensador. 9 Introducción a la ontología. Las categorías primarias de la existencia. II: Existencia, 34-47.

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