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«DIOS PRESENTE EN SAN FRANCISCO» 411 vivencia. Por lo mismo, no hay derecho a pedir a un filósofo la plenitud que no se ha logrado por otros saberes. Basta que nos haya dado un aspecto objetivo y que haya penetrado en el alma del santo para proponer perspectivas enriquecedoras. Porque esto lo ha logrado, conceptuamos su estudio muy meritorio. Hasta una crítica exigente puede quedar satisfecha. Por todo ello, nos parece demasiado dura la conclusión del crítico men– tado al decirnos que «pese a su fama y a la gran autoridad de que goza, no se puede recomendar su estudio; hay que pedir a los lectores prudencia y moderación». Nos parece que para leerle con aprovechamiento basta algu– na dosis de buen sentido y una buena voluntad de acercamiento y com– prensión. Por nuestra parte lo hemos leído reiteradamente con emoción contenida y en comunidad de espíritu.

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