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«DIOS PRESENTE EN SAN FRANCISCO» 407 creatura. Todo es don divino. Al empuje misterioso de este don los seres se reaniman y vitalizan. San Francisco puede entonces dirigirse a la Darna Pobreza, a la Hermana Muerte. Y con más poesía cantar al Hermano Sol y la Hermana Luna... En todo objeto, en todo suceso. veía aquella alma aflorar una bondad oculta que era la de Dios. Se ha podido decir, reflexiona Lavelle, que Francisco envolvía a todas las creaturas, hasta las más mezqui– nas y más crueles, en la misma fraternidad. La razón de ello se encuentra en que las veía con una mirada tan pura y tan dulce, tan saturada de paz, que todas quedaban penetradas por el gran misterio de la redención paci– ficadora (CS, pág. 80). El misterio de reconciliación y de pacificación, tan hondamente sentido por san Pablo en su Carta a los Colosenses, adquiere una tonalidad histó– rica en la vivencia franciscana de la paz humana, que se continúa y se agranda en 'la paz cósmica. f) UNIDAD Y CONCORDIA La categoría de la relación, algo a tras mano en la metafísica clásica, ha adquirido extraordinario relieve en la metafísica de este siglo. Recorde– mos en España su presencia en el primer plano del pensamiento de Amor Ruibal y de X. Zubiri. También adquiere un relieve máximo en la ontología de Lavelle, pues al definir el ser como acto, ha, señalado que este acto implica una relación: tanto en e1 ser trinitario como en el más minúsculo ser contingente. En el hombre esta actividad relacional la considera Lavelle en dos vertientes distintas: respecto de Dios y de los otros. Con esto de notar: en los dos aspectos esta relación afianza la unidad del ser. La unidad constituye, por tanto, la cima de todo el edificio metafísico que pone sus cimientos en el «yo» y alcanza su cúspide en la participación en el Acto Puro. 26 Al aplicar esta doctrina metafísica a san Francisco, advierte que el a:lma del santo se hallaba tan unificada con Dios que todos los conflictos que des– garran al común de las conciencias se hallaban en él apagados. De tal suerte que lo que para la mayor parte de los hombres es una resistencia que es necesario vencer por un esfuerzo en ocasiones agotador, san Fran– cisco lo lograba, tan sólo con su quietadora actitud. Una nueva fuerza surgía entonces en el alma de san Francisco que motivaba un acrecentamiento de su unión con Dios ante quien prorrumpía en acción de gracias. Enmarcada en esta metafísica recuerda Lavelle esta aspiración esperanzada de san Fran– cisco: «Tanto es el bien que espero que toda pena me es placer». San Francisco vive en unidad de esperanza con Dios, presente en su alma, ya que no es sólo un futuro al que aspira, sino una actualidad que impregna hasta el más pequeño instante de su existencia (CS, pág. 81). Esta comunión viva con Dios, motivaba a su vez la concordia singular de san Francisco con todos los seres. En virtud del despojo radical que su 2• Méthodologie dialectique, 152-174.

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