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«DIOS PRESENTE EN SAN FRANCISCO» 405 éste le repugna hablar en demasía de las miserias humanas. Piensa que ello nos haría injustos para con Dios. En contraste y oposición recuerda Lavelle la tétrica teología protestante, agravada en nuestros días por el teólogo K. Barth, para afirmar que san Francisco rehúye toda escisura o separación entre Dios y nosotros. De esta separación, no sin gran influjo de la teología protestante, se ha impregnado la angustia contemporánea, que ha buscado en la filosofía e:xistencialista plena justificación. El camino mental y vital de san Francisco, de signo contrario, lo resume Lavelle en esta sentencia: «A fin de exaltar lo humano, Francisco ha humanizado lo divino» (CS, pág. 75). ¿De qué está hecha y en qué consiste, pregunta ahora Lavelle, esta alegría franciscana? Responde con penetrante mirada que ella implica una perfecta libertad de todo lo que retiene y encadena. al hombre, sea el cuerpo, la fortuna, {,'l. amor propio o el éxito. Pero esta libertad es lo contrario de la rebeldía, puesto que ella es la aceptación de llamada divina, de tal suerte que viene a identificarse con la obediencia y el amor (CS, pág. 75). La alegría franciscana es además aceptación de todo lo que me ha sido dado: lo mío y lo de los otros. Y se manifiesta por una franqueza espontá• nea que siempre se dirige con rectitud hacia los fines legítimos que son los valores. De san Francisco, sin anotarlo, toma Lavelle uno de sus dicho~ más conocidos, expresión de la franqueza que anidaba en aquella alma: «Cuanto el hombre es a los ojos de Dios, esto es y nada más» (Adm 19, 2). Respecto de los otros san Francisco pedía amarlos tal como son, con sus lacras y ruindades. De esta suerte, concluye Lavelle, la alegría perfecta pon– dera todos los sufrimientos de la humanidad, los soporta y los acepta. Pero siempre con intención de elevarlos y transfigurarlos (CS, pág. 76). Finalmente, Lavelle percibe en los momentos más llenos de la alegría franciscana el signo patente de la presencia de Dios en el alma, inundada de gozo a pesar de las tribulaciones que puedan sobrevenirla. Es, final– mente, la alegría franciscana hospitalidad del corazón que no rehúsa nada de cuanto se le pida o se le proponga, en perenne disponibilidad para atender a los otros. En una palabra: es una confianza tal en la presencia divina, que sus potencia,s, aunque menguadas, se sienten una misma cosa con la potencia infinita del amor» (CS, pág. 77). A esta plenitád de vida en la ailegría invita dulcemente san Francisco a cuantos se acercan a él para apropiarse su mensaje, que sigue siendo hoy tan actual como en su tiempo. e) LA PAZ Lavelle observa que el mundo espiritual tiene sus leyes como las tiene el mundo físico. Es.tas leyes del mundo espiritual muestran las correlacio– nes existentes entre las numerosas virtualidades que se cruzan y entrecru– zan en este mundo espiritual. Una de estas leyes señala la correlación entre la alegría y la paz. El que es feliz y dichoso con la alta alegría de la parti– cipación en el Acto Puro, irradia su participación. De aquí el que sea bueno

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