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404 É. RIVERA d) LA ALEGRÍA FRANCISCANA Un comentario de M. F. Sciacca a la filosofía de su amigo, L. Lavelle, nos prepara a comprender la reflexión de éste sobre este otro rasgo de la espiritualidad franciscana: la alegría. «Todo pesimismo, comenta Sciacca, es una evasión de la propia realidad concreta, personal y moral: un ence– rrarse en la ,consciente infelicidad de la propia existencia, como especta– dores de un mundo ilusorio, al tiempo que se niega uno a sí mismo y re– nuncia a su propia vocación. Contra la inmoralidad radical de esas tenden– cias negativas del pesimismo, la filosofía de Lavelle está inspirada por e1 propósito de reivindicar y salvar el valor innegable de la persona, de devol– ver a los hombres la confianza en sí mismos y de infundir la 'alegría' de ser fieles a la propia vocación. Lo cual se obtiene, no por la evasión y huida de nosotros mismos, sino por la aceptación consciente de nuestras limitaciones, que han de colmarse en el seno de lo divino, unidos nnos a otros en presencia del Ser». 23 Dos motivos son de notar en este pasaje de Sciacca. El primero subraya la inconsistencia de las filosofías pesimistas ante las debilidades de la con– dición humana, que tiene como secuencia el dejar el hombre a la deriva y a merced de cualquier errabunda ensoñación. El segundo pone en claro que en la fidelidad a la llamada de ,la Transcendencia, que culmina en la plena revelación del Ser, cuando el Eterno Presente ilumina la conciencia, se halla la raíz de la auténtica «alegría» del vivir. Con una tradición francesa que se remansa en H. Bergson distingue netamente Lavelle entre «placer» y «alegría». El placer surge en la peri– feria de la conciencia cuando la sensibilidad alcanza el siempre menguado objeto de sus deseos. En un momento transitorio puede este objeto obnu– bilar la mente y provocar la euforia. Pero muy pronto ésta percibe la inconsistencia y nulidad de tal objeto. De aquí proviene la ineludible sen– sación de frustración y de vacío que se apoderan del alma cuando se atiene exclusivamente al placer sensible. Muy otra es la vivencia cuando las po– tencias del alma se ponen en contacto con la Transcendencia. Una impresión de alza, de entusiasmo, de ascensión, inunda al espíritu que hace brotar de sí mismo actos cada vez más plenos. De estos actos, en cuanto son parti– cipación del Acto Puro, brota, como de purísimo hontanar, la «alegría», que hinche de gozo el alma. 24 Lavelle ve encarnada esta filosofía axiológica en san Francisco. Cuando el alma, razona éste, no desea ningún bien terreno, y la naturaleza, en luga:r de encubrirnos a Dios, nos desvela la belleza del acto creador, surger, eL nosotros los actos que tienen su fuente en la eternidad y que nos unen al Acto Puro en el tiempo. Es entonces cuando esta elevada vida espiritual produce en nosotros una alegría perfecta. Así aparece en san Francisco. A '·' La filosofia, oggi, 338. 14 En Traité des valeurs estudia detenidamente este tema (128-188). Acotamos esta frase que sintetiza su visión sobre los afectos: «La véritable joie est le con– traire de la jouissance» (169).

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