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<<DIOS PRESENTE EN SAN FRANCISCO» 403 libertad pura en su rectitud al obrar, se parece en algo a la necesidad que impone el determinismo de las leyes naturales. En este momento Lavelle repite, consciente o inconscientemente, la gran tesis franciscana sobre la no oposición entre libertad y necesidad cuando la libertad actúa en su plenitud de perfección pura. De nuevo asoma aquí una conexión muy profunda entre la metafísica de Lavelle y la franciscana que está pidiendo un estudio ulterior, imposible de hacer ahora (CS, pág. 73). 20 Finalmente, Lavelle relaciona su análisis de la actividad con la eternidad y el tiempo. Es éste otro de los temas en el que el pensamiento ontológico de Lavelle más se ha detenido. Recojamos de su larga meditación la im– portancia que da al presente en cuanto se cruzan en él tíempo y eternidad. El presente humano se halla radicalmente vinculado al tiempo porque éste viene a ser en su despliegue fáctico una sucesión de presentes. Pero como el presente, si es auténticamente humano, recoge por la memoria las pro– vechosas experiencias del pasado y tiene la facultad de elegir entre las incontables posibilidades del futuro, el presente viene a ser un remedo de la eternidad en la que pasado y futuro se adensan en un presente único de plenitud. Este momento de total plenitud es intangible por el presente humano. Pero este presente humano puede asemejarse cada vez más y mejor al Eterno Presente, si continuamente se va enriqueciendo por el pasado y fecundando por el futuro. Lavelle utiliza aquí la fórmula latina, sancta velocitas, para decirnos que la perfección de nuestro obrar consiste en eliminar el retraso y el anticipo. Es por las grietas del anticipo o del retraso por donde puede filtrarse el amor propio, para maliciar y hasta para echar a perder nuestra mejor actividad creadora. «Si seguimos fiel– mente el curso del tiempo, escribe Lavelle, sin querer retenerlo para que sirva a nuestro capricho o a nuestra ensoñación, acompañaremos entonces, insertos en la eternidad de Dios, la mirada que éste dirige a nuestra vida temporal, mostrando que nunca cesa de esclarecerla y sostenerla» (CS, págs. 74.40). 21 Mucho se ha escrito sobre el voluntarismo franciscano, sohre sus preferencias por el cálido obrar frente al frío saber. Pocas veces con tanta hondura como en esta meditación lavelliana. Cuando un franciscanista como el padre A. Gemelli afirma, recordando la actividad final de san Lo– renzo de Brindis, que «a todo verdadero franciscano le sorprende la muerte en el camino», 22 refrenda desde la historia la apología de la actividad fran– ciscana que Lavelle ha trenzado con los hilos de su profundo pensamiento ontológico. 20 Juzgamos tan importante esta doctrina filosófica de Lavelle, que acotamos un breve texto: «C'est le} le point diL en luí la liberté et la nécessité, au lieu de s'opposer, cdincídent». 21 Para un análisis del presente en Lavelle, véase su obra Du temps et de l'éternité, 221-254. Gíornale di Metafísica publicó un inédito de Lavelle con el título de Le présent (XIII -1958- 673-675). 22 El franciscanismo, Barcelona 1940, 178.

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