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«blOS PRESENTE EN SAN FRANCISCO» 401 lo alto que puede llegar a ser santificada. Lavelle evoca en este momento la poética figura de Beatriz que inspira a Dante en su obra y que en el Paraí5o se confunde con la Teología, que irradia su luz sapiencial sobre todo el cosmos. Justo es recoger este símbolo encarnado en una mujer como paralelo de la sabiduría que iluminó el alma de Francisco para que transfi– gurara la creación entera, haciendo de ella un gigante surtidor de Inocencia, de Belleza y de Armonía. Y de esta suerte escala para subir a Dios. C) LA ACTIVIDAD FRANCISCANA Al iniciar la exposición de este tercer rasgo de la espiritualidad franci5- cana Lavelle anota que los dos anteriores, es decir, la virtud de la pobreza y la transfiguración espiritual del mundo son los mejor conocidos con cierta tendencia a excluir otros rasgos no menos importantes, como el de la actividad franciscana. De éste nos da una profunda aclaración que debe– mos comentar. Inicia su reflexión con este aserto: con lo franciscano nos hallamos en las antípodas del quietismo. Y recuerda como refrendo que el doctor franciscano Duns Escoto es el gran doctor de la libertad (CS, pág. 71). Qué tentador tema nos sale al paso y qué satisfacción si nos pudiéramos detener a comparar la metafísica del acto según Lavelle, con la metafísica de la libertad como perfección pura según Duns Escoto. Baste señalarlo aquí como programa futuro. Ahora nos tenemos que limitar al análisis del acti– vismo franciscano tal como Lavelle lo prospecta desde su profunda onto– logía en la obra que comentamos. Punto de partida de la actividad franciscana, que tiene por gozne la libertad de elegir entre las incontables posibilidades que se le ofrecen, es la pobreza voluntaria. Lavelle hace aquí una nueva referencia a esta virtud, pero es una referencia necesaria. Sólo la pobreza es capaz de impedir que los bienes y atractivos sensibles se impongan a la conciencia hasta hacer de ella una cosa más entre otras cosas. El avaro en su apetencia por tener se trueca en una cosa más. Hegel lo vio bien al advertir que en la dialéctica del señor y del esclavo no es sólo el esclavo el que se aliena en la voluntad de su señor, sino que éste se aliena aún más en la cosa que desea adquirir. Ahora bien, esta alienación, tan conocida en los ambientes marxistas, no puede ser superada por la lucha de clases, sino por la pobreza voluntaria, la cual, al despegar de las cosas, impide que la conciencia venga a ser una cosa más. Entonces la pobreza pone en franquía a la conciencia para que pueda actuar plenamente con su libertad. Una vez más aparece en lonta– nanza el principio metafísico de Lavelle por el que intenta superar la dia– léctica de los contrarios por la dialéctica de la participación (CS, pág. 71). Es precisamente en el esfuerzo que realiza la libertad por lograr una participación siempre mayor en el Acto Puro donde ve Lavelle el mejor ejercicio de la libertad. En este ejercicio el alma no se halla atenta más que a su acto interior por el que llega a ser lo que debe ser: participación del Ser Pleno. Es este acto de la libertad el único que es capaz de unirnos con Dios en intención y verdad. Por él nos comprometemos con el todo

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