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400 E. RIVERA «itinerario de la mente hacia Dios» el que «todo el conjunto universal de las cosas creadas viene a ser una escala para subir a Dios».17 Sin citarle, Lavelle empalma con esta idea central del doctor seráfico, de la que viene a hacer un comentario a la altura de nuestro tiempo. Tal vez pudiera alegar– se que ciertas expresiones le acercan al panteísmo naturalista, suscitando la hipótesis de que san Francisco lo habría hondamente vivido. Lavelle se enfrenta contra esta objeción para testificar que sería injusto afirmar esto de san Francisco, quien no naturaliza el espíritu, sino que espiritualiza la naturaleza, llevándola hasta el Absoluto que la sostiene y hasta la fuente de luz de la que se satura. Nada de panteísmo en este mundo franciscano en el que la creatura dista tanto de su Hacedor. Lo que sí debemos cons– tatar es que nos hallamos en un mundo envuelto en claridades divinas en el que la naturaleza no sólo no se opone a la gracia, sino que colabora armónicamente con ella. 18 La santidad de Francisco viene a ser entonces lazo de inserción entre el mundo sensible y el invisible, entre los cuales ya no se da contraste u oposición, sino coadyuvante unidad en su mutua confluencia. No hay ningún antagonismo, escribe Lavelle, entre Dios, la naturaleza y la vida, puesto que la naturaleza y la vida proceden de él y sirven a la vez para manifestarle y para servirle. El espíritu no tiene por qué combatir ni abolir a la una y a la otra. Al contrario, debe promoverlas y justificar sus actuaciones. Enton– ces el mundo se agrupará en coral grandiosa para elevar el canto de la plegaria a su Hacedor. Y cada uno que contemple al mundo como es debido no cesará de celebrar la Bondad divina. Por su parte san Francisco entona el Canto del Sol y de las Creaturas, de estas creaturas que es necesario amar, pero como creaturas de Dios, es decir, con ese espíritu de pobreza que impide que este amor se adultere en deseo de poseerlas (CS, pág. 69). Hubiéramos querido que el pensador analizara detenidamente el Canto de san Francisco, pues se halla en el corazón de su visión franciscana del mundo, como escala para subir a Dios. Tal vez su oposición a la moda estetizante del franciscanismo se lo ha impedido. Porque si bien reconoce que lo franciscano ha motivado una floración de obras de arte, lo ha hecho alzando el arte a su propio nivel espiritual. «De lo contrario, sentencia muy duramente, toda vida espiritual fenece en el momento en que se la reduce a estética» (CS, pág. 61). Ante esta contemplación entusiasta de la naturaleza surge el reparo de la dura ascesis franciscana. Lavelle tiene que constatar que en ocasiones se ha visto en esta ascesis una infidel.idad a la esencia verdadera del francis– canismo. A este reparo responde el filósofo con una observación luminosa. Por la ascesis franciscana, afirma, no se intenta resistir sin más a los impulsos de la naturaleza, sino penetrarlos y espiritualizarlos, despoján– dolos del amor propio que los corroe. Se debe ver en ellos una fuerza de 11 Itinerarium mentís in Deurn, I, 2. 1' O. c., 70. Una reilexión ulterior sobre este tema la doy en mi estudio San Francisco y el panteísmo naturalista, en Naturaleza y Gracia 2 (1955), 209-227.

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