BCCCAP00000000000000000001484

«DIOS PRESENTE EN SAN FRANCISCO» 399 filosofía del absurdo con su visión pesimista de la existencia opone Lavelle la actitud de los espíritus serenos e iluminados, para quienes el mundo ad.quiere tal trasparencia que viene a ser el hermoso campo donde pueden desplegar una actividad incesante y creadora. Este mundo, en tinieblas para unos, se transforma para otros en un mundo que se halla penetrado por la pureza y la inocencia del querer. Esta dualidad de actitudes es réplica de aquella otra distinción ya men– tada, según la cual se da en las decisiones de la conciencia humana una dialéctica de contrarios o una dialéctica de la participación. La primera es la que ha actuado predominantemente en la dura historia humana, his– toria que relaciona a los seres humanos sólo por la lucha, el forcejeo o la opresión. Frente a esta entenebrecida historia de la dialéctica de contrarios ha clareado por fortuna la historia de la dialéctica de la participación, que ha sido la historia de la santidad. Esta historia se sintetiza en una llamada a participar en la acción divina creadora y en una entusiasta respuesta por la que el hombre se pone a la gratísima faena de colaborar con su Creador. 16 Lavelle retoma estas ideas claves de su filosofía para hacer ver que el mundo franciscano es un mundo clarificador, en el que se ve la acción divina derramando a manos llenas sus bondades y donde los humanos no luchan unos con otros en despiadado contraste, sino que viven la dulce fraternidad universal, al sentirse todos efecto de la acción divina creadora. La simplicidad de san Francisco, escribe Lavelle, no es un mero retorno a la naturaleza primitiva para abandonarse a ella. Esta simplicidad nos hace más bien percibir la intención del Creador, la llamada que éste nos hace y las manos que nos tiende, con el intento de que la tierra vuelva a ser la réplica del Paraíso. Por ello, la simplicidad fra11ciscana se inserta en la vida con tal confianza, ardimiento y alegría que motiva el que lo aceptemos todo como un don y que sea solamente al autor de este don a quien nuestro espíritu tenga presente (CS, pág. 68). En este momento insurge Lavelle contra cierta tendencia cristiana que tiende a oponer la obra de Dios Creador a la de Dios Redentor, como si el Dios Redentor nos impidiera creer en el Dios Creador. Tal doctrina, co– menta el pensador, es el reflejo de una conciencia que. incapaz de realizar su propia unificación armónica, proyecta su propio desgarro interior en el seno de la realidad ontológica. Muy otra fue la solución de san Francisco, añade. Para él, la naturaleza sólo es incentivo al mal si se halla separada de Dios. Pero si nuestra mirada hacia ella es al mismo tiempo penetrante y pura, entonces la naturaleza se trueca en mediadora entre Dios y nosotros. Viene a ser el vehículo que trasporta la acción de Dios hasta nosotros y que eleva nuestra alma hacia Dios (CS, pág. 69). El gran pensador franciscano san Buenaventura, el que pensó lo que Francisco vivió, como ya recordamos, propone como idea central de su 13 De l'acte, 200-216.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz