BCCCAP00000000000000000001484

398 E. RIVERA breza franciscana, advirtamos con Lavelle que ésta no es un estado o con– dición de vida que se nos impone contra nuestra voluntad, ni un don que se nos hace sin más y porque sí, sino que es una sabiduría profunda, que nos es necesario ir adquiriendo. Por una parte, nos purifica al despegarnos de cuanto poseemos y al ponernos ante nuestra debilidad e insuficiencia. Pero, por otra parte, nos abre al bien infinito, que es nuestra herencia últi– ma, al facilitarnos el que optemos por él (CS, pág. 67). Esta consideración sobre la pobreza franciscana parecerá pecar de sobrado filosófica a la luz de la ascética franciscanista que contempla más bien a Cristo, pobre y crucificado, como modelo de la misma, y ante las luchas en torno a su aplicación fáctica en los diversos momentos de la historia. Pensamos, con todo, que las reflexiones del asceta franciscano y las del filósofo del siglo xx no son opuestas. Un mutuo diálogo entre ellas no puede menos de contribuir al enriquecimiento de la espiritualidad franciscana. Tampoco se alegue contra esta meditación filosófica el que no haya pasado por la mente de san Francisco. Esto in nuce no es verdad. Pero se ha de advertir ulteriormente que es una grave equivocación pensar que el autor de un escrito es quien mejor lo ha comprendido. De ahí los juicios inconsistentes de grandes autores sobre sus obras. Y si esto acaece en la vida puramente intelectual, mucha mayor posibilidad hay de que las viven– cias más profundas, las situaciones límites de la conciencia, no sean perci– bidas del modo más pleno por quienes las han experimentado. De san Buenaventura se ha escrito muy justamente que ha pensado lo que san Francisco vivió.1 5 En elmonte Alvernia san Francisco tiene su máxima expe– riencia mística. San Buenaventura ve en las alas de! Serafín, que recubre el cuerpo de su seráfico Padre para imprimirle las llagas, el mejor símbolo de la ascensión del alma, del Itinerario de la mente a Dios. Vida y pensa– miento se dieron la mano en el monte santo franciscano. En la misma línea nos hallamos con estas reflexiones. Dentro de ella pensamos que el gran metafísico L. Lavelle ha contribuido a aclarar el mysterium paupertatis, el misterio de pobreza de la gran vivencia de san Francisco, herencia de sus hermanos menores. b) EL MUNDO, ESCALA PARA SUBIR A Drns Dos actitudes opuestas puede tomar nuestra existencia ante el mundo, afirma Lavelle. Puede ser para nosotros una masa ciega y deforme, si pen– samos que en él no hay más que lo que muestra al exterior, donde nos ha– llamos los humanos como metidos en un torno que acaba al fin por tritu– rarnos. Entonces se puede decir en verdad que la existencia humana es un absurdo. El pensador alude aquí indudablemente a la filosofía del existen– cialismo que en torno al año 1950, fecha en que hace esta reflexión, domina gran parte del pensamiento, de la literatura y del arte de su país. A esta 1 ' E. Gn.soN: La filosofía de san Buenaventura, Buenos Aires 1948, 73.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz