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134 JESÚS M.ª BEZUNARTEA Salmo VII: La Iglesia, que acaba de ser engendrada al entregar Jesús su vida al Padre, prorrumpe ahora en un canto jubiloso de alabanza y reconocimiento al «santísimo Padre del cielo, nuestro rey desde antes de los siglos» porque «envió a su amado hijo desde lo alto para operar la salvación en medio de la tierra» (v. 3). Francisco pone en labios de la Iglesia la misma confesión de confianza en el poder y bondad del Padre que ha escuchado de labios de Cristo en sus últimos momentos, en la última cena, en la agonía en el huerto y en la cruz. La Iglesia también es enviada al mundo para ser, como Cristo, salvadora de la humanidad, apoyada en la única arma que es el amor del Padre. Esta alabanza, que expresa en boca de la humanidad el reconocimiento de Dios y de su Hijo Jesucristo, se debe traducir en una vida como la de Jesús, esto es, ofreciendo nuestros cuerpos y cargando con la cruz para seguir hasta el fin sus preceptos (v. 8). Aplicando esta invitación a la vida de Francisco, san Buena– ventura nos dice: «Y como en la triple apertura (de la Biblia) apareciera siempre la pasión del Señor, comprendió el varón lleno de Dios que como había imitado a Cristo en las acciones de su vida, así también debía configurar– se con Él en las aflicciones y dolores de la pasión antes de pasar de este mundo.» 16 Y Francisco, aprovechando la interpolación en el salmo 95 del Salterio que él conoce «el Señor ha reinado desde el madero», proclama ante las naciones aquel pensamiento y privilegio de Cristo que tanta fuerza había tenido en su vida, a saber, la regalidad de Cristo, 17 ·de la que se había proclamado su heraldo. Y después de proclamar ia consumación de esta majestad de Cristo ya desde el madero, Francisco nos la presenta en otro momento, todavía más glorioso y definitivo, «sentándose a la derecha del santísimo Padre en los cielos», de donde vendrá de nuevo «a juzgar con rectitud». Este pensamiento del juicio escatológico dentro de la celebración de la alabanza vespertina ha formado parte de la tradición cristiana ya del tiempo de san Cipriano (t 258), de lo que también san Pedro Damiano se hará eco al decir: « ... en el oficio de la alabanza vespertina, la santa Iglesia de los elegidos espera a su Esposo». 18 16 LM 13,2. 17 O. ScHMUCKI, «El "Oficio de la Pasión" ... », p. 504. 18 O. ScHMUCKI, «El "Oficio de la Pasión" ... », p. 505.

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